Iglesia Católica, guiada por el papa Francisco, busca combatir la desigualdad a la que nos invita el mundo actual.
Por Brayan Yesid Parra Díaz
Iglesia Católica, surgida hace ya dos milenios, es considerada una de las iglesias más antiguas que profesa que Jesucristo es el Hijo de Dios quien murió y resucitó de entre los muertos.
La Iglesia surge como una comunidad de hermanos que lo ponía todo en común (Hch.4, 32-36), y se reunía para escuchar las enseñanzas de los apóstoles. Ahora bien, ¿Es posible una congregación de esta naturaleza en la actualidad?
Con base en el cristianismo anunciado por los apóstoles, el papa Francisco, en el inicio de su pontificado, invitó a la Iglesia universal a volver la mirada hacia los pobres. En este sentido, en la I Jornada Mundial de los Pobres, realizada el 19 de noviembre de 2017, el Papa nos invitó no solo a vivir de palabras sino más bien de hechos a favor de los más necesitados. Con esto recordó a su Iglesia que debía hacerse más humilde.
Como ejemplo, nos propuso a San Francisco de Asís, una santo del siglo XII que se dejó impregnar por la caridad infundida por Dios a través del Espíritu Santo. Al traer esto a nuestro contexto, a nuestra Iglesia actual, observamos que son cada vez menos aquellos que renuncian, como Francisco de Asís, a los bienes materiales personales para ponerlo todo en común.
Y es que el ser humano se ha encerrado tanto en sí mismo que se olvida de sus hermanos. Basta mirar a nuestro alrededor: un mundo que le pone precio a todo, incluso a la persona misma, y que se rige por la felicidad puesta en los bienes materiales.
Por ello, es necesario volver nuestra mirada a Cristo, nuestro ejemplo y nuestra mayor riqueza. Igualmente, nuestros sacerdotes deben ser claro ejemplo de desprendimiento, a imagen de Cristo. No debemos olvidar el gran legado dejado por Jesucristo a sus apóstoles: «sean uno, como yo y el Padre somos uno». Volver a ser la comunidad que vive y comparte todo, en la que todos, realmente, somos uno.