Fútbol, opio del pueblo contemporáneo o pretexto para el entusiasmo y la alegría.
Por Andrés Felipe Lasso
Ya son varias las muertes que han dejado en el país las disputas entre barras de equipos de fútbol y ya no es raro que existan escenarios en donde apoyar o portar una bandera sea significado de poner en riesgo la integridad o de adquirir de buenas a primeras enemigos (de otro equipo).
Esto no es nada nuevo, pues desde las primeras civilizaciones han existido eventos que provocan en los participantes pasiones desenfrenadas, llámense circo, gladiadores, rituales o fútbol; y no es que esto sea malo, pues una característica fundamental del hombre es su condición social, que lo lleva a buscar espacios de agrupación para compartir con sus pares y forjar identidad. Lo que sí genera detrimento a la condición humana es que estos espacios generen impulsos de agresividad que lleven incluso a terminar con la vida de otro, desconociendo que detrás de una camiseta hay una persona, con más cosas en común que diferencias. Por eso es viable amar el fútbol, vivir el fútbol y hablar de fútbol pero en paz.
El Papa Francisco con ocasión del mundial de fútbol llevado a cabo en Brasil se refiere a este como un medio para superar las distancias y una oportunidad para crecer en solidaridad, en reconocimiento del otro: “Que supera las fronteras lingüísticas, culturales y nacionales. Mi esperanza es que, además de una fiesta del deporte, este Mundial se pueda transformar en una fiesta de la solidaridad entre los pueblos», y agrega: «Esto supone, sin embargo, que los partidos de fútbol sean considerados por lo que son esencialmente: un juego y al mismo tiempo una oportunidad para el diálogo, el entendimiento, de mutuo enriquecimiento humano».
Acaba de comenzar la Copa América, torneo en el que se enfrentan las selecciones del Cono Sur y algunas del centro del continente Americano y es casi imposible no sentir el impulso de tomar partido por la selección nacional y por ende apoyarla, pero esto no nos debe llevar jamás a ser protagonistas de la intolerancia y artífices de una sociedad violenta y deshumanizada. Menos en tiempos en donde nuestro país busca caminos de paz, de progreso y de sana convivencia.
Por lo tanto es una oportunidad para crecer en consciencia colectiva, y aprender valores que el fútbol nos puede dejar para la vida como la perseverancia, la lealtad, el emprendimiento, el juego limpio, la disciplina, la amistad, el trabajo en equipo; y de rechazar en colectivo toda actitud que desdiga del fútbol como razón de encuentro, respeto y alegría.