El poeta Boyacense y de padres liberales, se inició en mundo de la poesía por la muerte de otro poeta amigo, se hizo famoso en Bogotá por las tertulias que dirigía, pero también por algunas hazañas que para inicios del siglo XX eran vistas como actos de terror.
Por: Andrés A. Gómez Martín.
Julio Flórez nació en Chiquinquirá el 22 de mayo de mayo de 1867, su padre era un destacado político liberal de la época, por lo que el poeta acabaría los estudios secundarios en la provincia de Vélez.
Julio Flórez llegaría a Bogotá para estudiar en lo que hoy es la Universidad del Rosario, pero la vida bohemia de comienzo de siglo, convenció al chiquinquireño para que se dedicara a la poesía. Ya las letras de Rafel Pombo y José Asuncion Silva caldeaban la escena cultural de la Bogotá de comienzos del siglo XX.
En un primer momento, su obra no fue bien recibida por la aristocracia capitalina, pero con la muerte de su amigo y también poeta afro colombiano, Candelario Obeso, seria por fin distinguido en los círculos sociales de la candelaria.
Flórez se haría famoso entre otras cosas, porque rondaba la idea de que el poeta ingresaba a los cementerios a darle serenata a los muertos, además fue la cabeza de un grupo cultural y de pensamiento desde el año 1900 hasta 1903.
Flores negras es su poema más conocido. En el Parque Julio Flórez en el centro del municipio de Chiquinquirá se lee así:
Oye: bajo las ruinas de mis pasiones,
y en el fondo de esta alma que ya no alegras,
entre polvos de ensueños y de ilusiones
yacen entumecidas mis flores negras.
Ellas son el recuerdo de aquellas horas
en que presa en mis brazos te adormecías,
mientras yo suspiraba por las auroras
de tus ojos, auroras que no eran mías.
Ellas son mis dolores, capullos hechos;
los intensos dolores que en mis entrañas
sepultan sus raíces, cual los helechos
en las húmedas grietas de las montañas.
Ellas son tus desdenes y tus reproches
ocultos en esta alma que ya no alegras;
son, por eso, tan negras como las noches
de los gélidos polos, mis flores negras.
Guarda, pues, este triste, débil manojo,
que te ofrezco de aquellas flores sombrías;
guárdalo, nada temas, es un despojo
del jardín de mis hondas melancolías.