El sector agropecuario sigue siendo líder del crecimiento económico, al lado del comercio, pero muchos habitantes rurales pasan hambre porque su acceso a los alimentos es limitado.
Esta paradoja la confirma así el Departamento Nacional de Estadísticas (DANE): mientras en el último año con corte a marzo el comercio aportó al crecimiento de la economía 0,8 puntos porcentuales, el agro contribuyó en 0,7 puntos. Según el mismo DANE, durante el último año las actividades agropecuarias aumentaron 7,1%, mientras el conjunto de la economía creció 2,7%.
La conclusión es contundente: Colombia produce alimentos para todos sus habitantes, pero cada día 14 millones de personas se enfrentan al hambre, y casi 3 millones de ellas están en “inseguridad alimentaria crítica”; la mayoría son habitantes rurales de regiones como La Guajira, Sucre, Córdoba y Chocó.
¿Qué es lo que está pasando entonces? ¿Qué dicen las propias campesinas y campesinos? ¿Qué se está haciendo y qué se puede hacer para afrontar esta realidad?
Voces campesinas y expertas
“Uno aquí en el campo pasa hambre porque lo que siembra se lo pagan mal, y lo poquito que queda es para las necesidades básicas, y todo está caro. Un racimito de plátano se lo pagan a uno a $10.000, y va uno a la ciudad y mínimo le venden un plátano a $2.000, dice en el pódcast Mundo Rural Carlos Fonseca, quien cultiva alimentos de pancoger en San Francisco de Sales, Cundinamarca.
Por su parte Pinto Ramírez, quien también adelanta labores del campo en Fusagasugá (Cundinamarca), asegura que “los campesinos pobres, sobre todo los que habitan en las partes más alejadas, no es que aguanten hambre como tal; lo que pasa es que se alimentan muy mal, porque no tienen acceso a recursos y les toca sobrevivir con lo que produce el mismo territorio; pero no tienen todo lo que tenemos en las ciudades, y les toca vivir de lo que la misma finca les da. Y entonces no cuentan con los alimentos para una buena nutrición. Por eso es la lucha por buenas vías de acceso para poder sacar sus productos y poder comprar cosas básicas”.
Al terciar en la discusión, Martha García, trabajadora social, observa la importancia de tener en cuenta de qué campesinos hablamos, “porque hay unos que son dueños de la tierra, que no son pobres y no aguantan hambre. Los otros son los que no son dueños de la tierra, que no tienen educación, y trabajan en jornales que no están regulados y les pagan lo que a cada uno se le ocurra. La verdad es que no se ven soluciones para que logren salir de la pobreza. Por ejemplo, mis abuelos vendían los productos que les daba su pequeña finca; los llevaban al pueblo y los vendían para comprar carbohidratos. Entonces a los hijos los mantenían con plátano y yuca. ¡Imagínese!”.
Para la diseñadora gráfica Valeria Peña, hay que contemplar factores económicos, sociales y culturales: “Empecemos porque las personas del campo suelen tener unos ingresos más bajos, pues los trabajos son informales; hay, por ende, poca capacidad de ahorro, y eso limita su calidad de vida. También, porque los campesinos tienen un acceso muy limitado a los mercados; producen, pero no es tan fácil vender, porque no cuentan con buenas carreteras, con un transporte adecuado, y el combustible es muy costoso. Entonces se ven obligados a venderle a intermediarios y ello, obviamente, disminuye la ganancia. Además, no cuentan con la infraestructura suficiente para tener una producción más alta, para transformar los alimentos y entregarlos listos en las ciudades, sino que tienen que someterse a todas esas circunstancias que los obligan a recibir menos ingresos”.
Con una mirada similar, el periodista Juan Castillo agrega que la realidad de los pequeños cultivadores se vuelve crítica porque “si la cosecha y los precios son favorables, pueden celebrar, pero en temporadas bajas no tienen ahorros ni acceso al crédito barato para comprar o guardar alimentos. Ello, sumado a las grandes distancias de los centros urbanos y al mal estado de las vías, eleva los costos de sacar sus productos al mercado, y les impide traer lo básico a casa. Además, recordemos que la salud y la educación, o son escasas o de muy baja calidad en las zonas rurales, y, por lo tanto, los niños suelen crecer con desnutrición y sin formación técnica para mejorar sus cultivos”.
Hay soluciones, pero…
“El agro es uno de los sectores líderes del crecimiento en algunos territorios donde el campesino es propietario de la tierra. El fenómeno aquí es diferente, porque la mayoría de sus habitantes vive en el sector rural y la mayoría no son propietarios de tierra”, dice el docente, investigador y campesino de El Espinal (Tolima), Óscar Forero, quien agrega:
“Muchos son trabajadores agrarios de cultivos que están en decadencia, como el arroz, que es de los pocos que subsisten (Eso se lo debemos, en gran medida, a aperturas económicas sin ninguna razón de ser, porque debió haberse protegido la producción nacional y, mucho más, la producción campesina). Ahora; aquí nosotros necesitamos es empezar a hablar de acceso a la tierra de manera gradual y progresiva y, además, del mejoramiento en la calidad de la educación. Parte de la propuesta que queremos presentar desde el semillero de investigación es generar ingresos a partir de modelos de producción sostenibles, basados en herramientas tecnológicas”.
Como telón de fondo de esta discusión hay viejos problemas sin resolver, como la inequitativa distribución del ingreso. Según el Banco Mundial, Colombia ocupa el primer lugar en América Latina y el tercer lugar en el mundo en índice de desigualdad en distribución del ingreso (Los primeros son Sudáfrica y Namibia). El coeficiente de Gini, según el cual cuando hay perfecta igualdad el indicador es de cero y de uno cuando la desigualdad es total, ubica a Colombia con un puntaje de 54,8, con corte a 2024.
“Por eso estamos como estamos”, puntualiza Carlos Fonseca.