Más allá de una grave cuestión de salud pública, el embarazo interrumpe la adolescencia asignando nuevas responsabilidades, trunca proyectos educativos y laborales, y perpetúa el ciclo de la pobreza. ¿Cómo reacciona Colombia a esta problemática? Le puede interesar: Análisis sobre el embarazo adolescente y la sexualidad
El porcentaje de mujeres rurales entre 15 y 19 años que están embarazadas o han tenido hijos es del 25%, cifra que se ubica 10 puntos por debajo en zonas urbanas (Ministerio de Saludo, ENDS[1] 2015). Las presiones familiares y sociales para adoptar normas de acuerdo a roles estereotipados de género, el inicio temprano de relaciones sexuales; la marginación socioeconómica, el acceso limitado a la educación y a servicios de salud de calidad se identifican como factores que acentúan esta problemática.
El embarazo temprano como proyecto de vida y su impacto
Solo el 5% de las jóvenes rurales accede a educación superior, mientras que entre sus pares urbanas tal cifra asciende al 31% (RIMISP, 2017). En efecto, con menores aspiraciones de alcanzar formación de educación superior y restringidas oportunidades de trabajo -sumado a concepciones precarias de proyecto de vida y de ciudadanía- la conformación familiar se plantea como una opción atractiva para las jóvenes rurales. No obstante, el embarazo tiene un gran impacto en sus vidas en términos sociales, económicos, educativos y de salud.
El impacto en la salud incluye el riesgo de muerte, enfermedad, discapacidad y complicaciones por abortos inseguros. Esto se acentúa en el caso de grupos étnicos. El 4% de las jóvenes indígenas (RIMISP, 2017) muere durante el embarazo, parto o puerperio, debido a la ausencia de controles prenatales. De acuerdo con Minsalud (2016), la mayoría de las complicaciones que aparecen durante la gestación son prevenibles o tratables.
Por otro lado, el embarazo adolescente perpetúa el ciclo de la pobreza: interrumpe el ciclo educativo, introduce cargas económicas para jóvenes que, en general, no cuentan con autonomía económica, y las empuja a un ingreso temprano al mercado laboral con empleos de baja calidad. Mas del 50% de los estudiantes que alguna vez han abandonado el sistema educativo lo hicieron porque “iba a ser padre o madre”, pudiendo indicar un cambio en su proyecto de vida (CONPES 147, 2012).
Además, el embarazo confronta a las jóvenes con duras sanciones sociales, como la discriminación de sus familias y de sus comunidades e incluso la expulsión, quedando más vulnerables a situaciones de violencia y abuso. Todo esto les da aún más razones para migrar a la ciudad.
La educación como respuesta clave y el enfoque de derechos como camino ineludible
El sector educación tiene la gran responsabilidad de responder al embarazo adolescente para la protección de los derechos de las adolescentes. La Ley 1.146 de 2007 estipula que “los establecimientos de educación media y superior deberán incluir en sus programas de estudio una cátedra de educación para la sexualidad”. No obstante, como muchas otras leyes cargadas de buenas intenciones, esta ley es letra muerta y su implementación es escasa o ineficiente.
Tradicionalmente, las iniciativas desarrolladas están centradas; en enfoques de riesgo basados en lo biológico, con medidas individuales y sectoriales que privilegian la prestación de servicios de salud y el fortalecimiento del conocimiento y uso de métodos modernos de anticoncepción. Ese no es el camino. Le puede interesar #Opinión Sin madres vivas no hay hijos felices
Con el fin de desarrollar iniciativas de alto impacto se hace indispensable enriquecer la mirada, integrando los enfoques de valores y cultura, ampliando la perspectiva de la educación sexual que se ofrece a los jóvenes de manera que se aproxime cada vez más a sus expectativas y dialogue más de cerca con las necesidades de su contexto, con sus deseos y preocupaciones.
Además, es necesario pasar de intervenciones individuales a intervenciones de familias y comunidades, de enfoques sectoriales a esfuerzos integrales, y del concepto de adolescentes receptores pasivos al de participantes activos y sujetos de derecho capaces de incidir en el diseño y ejecución de estos programas.
Ahora bien, numerosos estudios han evidenciado la relación entre el proyecto de vida y el embarazo adolescente. Por tanto, es indispensable desarrollar programas de prevención que se enfoquen en el entrenamiento en proyecto de vida y en el desarrollo de habilidades blandas para que las jóvenes puedan desafiar las normas de género de su entorno. Ademas, soñar un proyecto de vida más allá de la maternidad. Se debe partir del concepto de resciliencia, que hace que los adolescentes construyan un proyecto de vida y luchen por alcanzarlo más allá de todo (CONPES 147, 2012).
Se hace indispensable fortalecer las habilidades de comunicación, de toma de decisiones, de resolución de conflictos, con iniciativas que involucren a los adolescentes, a sus madres, padres y/o cuidadores, docentes e incluso a los medios de comunicación, con el fin de empoderar a los y las jóvenes con los conocimientos, habilidades y actitudes para que puedan tomar decisiones saludables en todas las dimensiones de sus vidas, incluida su salud sexual y reproductiva.
El embarazo adolescente es causa y consecuencia de las más grandes injusticias que viven los jóvenes rurales de Colombia. Llegó el momento de reaccionar para ser realmente inclusivos y cumplir con el llamado de los Objetivos de Desarrollo Sostenible a “no dejar a nadie atrás”.
Por: Mariana Córdoba – ACPO.
[1] Encuesta Nacional de Demografía y Salud