Las universidades públicas de Colombia acogen a miles de estudiantes de origen rural, con esfuerzo, dedicación y sacrificio los jóvenes estudian para mejorar sus condiciones de vida.
Por: ElCampesino.co
El acceso a la educación es un derecho que la constitución de 1991 le otorgó a todos los colombianos, según cifras del Ministerio de Educación Nacional, la cobertura en las ciudades es de un 65 por ciento, mientras que en las zonas rurales es de un 30 por ciento.
Los datos no son para menos, una mirada más analítica indica que los jóvenes campesinos no van a la universidad o al menos un porcentaje muy pequeño puede hacerlo, además el 10 por ciento de los jóvenes que logran ingresar, al poco desertan de las aulas.
Jhonatan es un joven de 18 años, es hijo de campesinos que cultivan cebolla, mora y algo de papa, el joven es importante para la economía familiar dado que aporta la mayor cantidad de mano de obra de la finca, sin él sus padres tendrían dificultades para mantener la huerta y el cultivo en condiciones aceptables.
Sin embargo la familia está de acuerdo en que debe irse a la Universidad, la ciudad de Tunja le ofrece algunas posibilidades para estudiar, pero las que se adapta a sus condiciones es la Universidad pública del departamento.
No son pocos los esfuerzos, para poder irse a Tunja desde su finca, debe pensar en buscar un trabajo en la ciudad que le permita no depender de sus padres, además de costearse los alimentos, una habitación, fotocopias y la “polita” de los fines de semana.
Con suerte podrá encontrar trabajo, eso sí pagos a destajo y trabajos de gran esfuerzo, sobre todo porque la capital del departamento no ofrece puestos de trabajo a cantidades.
Decenas de alumnos viven del rebusque, lavaderos de carros, ventas ambulantes, asaderos de carne, cuidado de abuelos y de niños, meseros, cantineros, mensajeros de a pie.
Las aulas son sin duda el camino de miles de colombianos para salir de la pobreza, la educación superior es un paso fundamental en la transformación y superación de las condiciones que, según cifras oficiales, dejan al campo rezagado con relación a los avances que tienen ciudades como Bogotá.