viernes, mayo 2, 2025
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El cambio climático pone a prueba la vida rural en Colombia

Sequías más intensas, lluvias incontrolables y temperaturas extremas están dejando huella en la ruralidad colombiana. En municipios como Belén de los Andaquíes (Caquetá) y Mesitas del Colegio (Cundinamarca), las comunidades campesinas enfrentan los efectos del cambio climático con pocas herramientas y mucho riesgo. A través de los testimonios de Deisy y Laura Natalia, dos mujeres del campo, se revela aquí una realidad marcada por la incertidumbre ambiental y el abandono institucional.

Mientras el mundo debate sobre el cambio climático, en Colombia se siguen viviendo sus efectos. Las zonas rurales son las más expuestas y, al mismo tiempo, las menos protegidas. Según el IDEAM, la temperatura media en el país ha aumentado 1,4 °C en las últimas cuatro décadas, y más del 70% del territorio nacional es vulnerable a desastres relacionados con el clima. Sin embargo, el 84% de los municipios rurales no tiene un plan efectivo de adaptación climática. La falta de infraestructura, información y apoyo técnico deja a los campesinos librando esta batalla en soledad.

Desde Belén de los Andaquíes, Caquetá, Deisy Quimbayo, representante de la Asociación de Productores por la Amazonía y el Buen Vivir, relata con preocupación para elcampesino.co la inestabilidad climática: «hemos tenido lluvias muy fuertes y veranos prolongados que nos dejan sin agua. Se secan las quebradas y no hay cómo regar ni alimentar a los animales». En agosto de 2023, una avalancha arrasó el puente que conectaba cinco veredas, dejando incomunicadas a decenas de familias. Nueve meses después, el puente sigue sin ser reconstruido. «Estamos atrapados. Solo salimos al pueblo cuando es absolutamente necesario», agrega.

A esto se suman los costos productivos: su asociación moviliza entre 2.000 y 3.000 kilos de plátano por semana, pero el paso está bloqueado. La historia reciente incluye intentos de cruzar el río con animales y bultos de cosecha que terminaron arrastrados por la corriente. «Tuvimos que rescatar una bestia y casi se pierden dos vidas. Todo por la falta de una infraestructura básica.»

En el centro del país, Laura Natalia Nausa enfrenta una situación parecida. Desde la vereda Honduras, en Mesitas del Colegio, cuenta que las estaciones han perdido su regularidad. «Entre 2020 y 2022 fue lluvia sin descanso; en 2024, el calor ha sido inclemente.» La falta de una estación seca perjudicó durante tres años consecutivos la cosecha de mandarina y mango. «Los cultivos no florecen y, cuando llueve sin parar, el plátano se cae por el peso del agua.»

Laura Natalia Nausa
Vereda Honduras, Mesitas del Colegio, Cundinamarca.​

Laura ha intentado adaptarse aplicando hidrogeles (material que permite retener grandes cantidades de agua), en los cultivos de café. Aunque logró mejores resultados que sus vecinos durante una sequía reciente, reconoce que sin educación climática ni asistencia técnica, muchas comunidades no logran implementar soluciones efectivas. Además, las vías de acceso a su finca están deterioradas: «el 80% es destapada, y cuando llueve, los carros se entierran. Los adultos mayores deben caminar kilómetros para tomar transporte.»

Las voces de Deisy y Laura reflejan un patrón nacional que indica que el cambio climático está transformando la vida rural y productiva del país. Colombia necesita avanzar con decisión en estrategias de adaptación climática que prioricen la ruralidad, fortalezcan la infraestructura, impulsen la educación ambiental y aseguren mecanismos de respuesta oportuna.

Escuchar al campo es un acto de justicia climática, porque quienes cultivan, crían y sostienen la vida del país merecen hacerlo en condiciones dignas y con respaldo institucional.

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