En los últimos años del siglo XX, la vida silvestre para la rana Arlequín (Atelopus lozanoi) no fue fácil. Luego de multiplicarse con tranquilidad en el Parque Nacional Natural Chingaza y algunos de sus alrededores, en el oriente de Cundinamarca, el único lugar del mundo que escogió para habitar (endémica), poco a poco su presencia en esos páramos y bosques andinos escaseó, acosada por los daños ambientales y las enfermedades.
Muchas otras especies de ranas Arlequín en diferentes partes del país y del continente, fueron acosadas por las alteraciones a sus hábitats, la deforestación, la ganadería, la presencia de la trucha arcoíris (especie invasora que se come sus renacuajos). Otro factor de desaparición de estos anfibios, también se relaciona al hongo quítrido, el cual les impide respirar hasta matarlas; todo esto las diezmó hasta reducir sensiblemente sus poblaciones.
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Este anfibio se caracteriza por mezclar en su cuerpo una serie de tonalidades que tratan de simular una parte del arco iris, y que van desde el amarillo y el café, pasando por el rojizo y el anaranjado. Estas ranas se vieron afectadas por una desaparición, que de las 45 especies de Atelopus conocidas y distribuidas en Colombia, al menos 38 especies se perdieron, sin dejar rastro entre los años 1998 y finales del año 2000. Los expertos han teorizado en determinar si fue una sola causa o la suma de todas las anteriormente nombradas las que provocaron la desaparición de estos anfibios.
Después de casi 20 años de ausencia, el 4 de septiembre del 2016 reapareció en zona rural de Choachí, dentro de la vereda Maza y en un terreno de propiedad de Carlos Ríos, un habitante de la zona que, desde ese momento, y hasta hoy apoyado por su familia son sus férreos protectores. Abriendo para la esperanza de la recuperación de esta especie.
La aparición del Arlequín y el encuentro con su protector
Carlos quien desde niño tuvo varios acercamientos con varios anfibios y otras especies animales, lo convirtieron en un gran amante del cuidado de la naturaleza, al heredar la finca de su padre, la cual bautizó ‘El Paramillo’, creó la organización Maza-Fonté, con el fin de ofrecer servicios ecoturísticos en sus terrenos, durante ese proceso de creación cuenta cómo fue su encuentro con la rana Arlequín.
“Precisamente cuando comenzamos a desarrollar ese trabajo, Merilyn Caballero-Arias (profesional de investigación y monitoreo del Parque Nacional Natural Chingaza); conociendo mi interés por la fauna y en todo el proceso de asesoramiento que nos ofreció para mejorar el trabajo con los visitantes, me mostró unas fotos de la rana y me alertó sobre la importancia que tendría reencontrarla, ella lo había intentado sin éxito.
Casualmente, días después salimos a una caminata que lideraba un biólogo y, cuando estábamos de regreso, casi de noche, él se quedó tomando unas fotos. Le advertí que estaba tarde, que debíamos ir más rápido, pero me dijo que lo esperara, porque había encontrado un animal muy bonito. Días después me mandó algunas de las imágenes y ahí estaba la sorpresa: era la A. lozanoi; así supimos que estaba nuevamente en la zona”.
Desde ese momento Carlos y su familia, con el acompañamiento de Parques Nacionales, junto a los expertos que los han apoyado, han trabajado incansablemente en la búsqueda de intensificar su trabajo de conciencia ambiental y ecoturística donde están haciendo participes a los pobladores, como forma productiva para estos y para los de las comunidades aledañas al Parque Chingaza. Teniendo a la rana Arlequín como su principal motivación para la conservación de esta y otras especies de animales.
Por: John Alexander Saavedra. Periodista.
Editor: Lina María Serna. Periodista – Editora.