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De café en café, la historia de Tulio de Jesús Moreno

tulio
Por: Laura Rodríguez | 14 de Enero de 2015

Tercer perfil del periódico El Campesino, esta vez nuestro protagonista es Tulio de Jesús Moreno, caficultor boyacense y esta es su historia.

“A mí me gustaría que al menos a uno de mis hijos le gustara el campo”- así el señor  Tulio de Jesús Moreno, caficultor boyacense y dueño de la finca La Playa, reconoce que algo le falta en su vida, heredar el amor del campo a sus hijos.

Este hombre ha dedicado la mayor parte de su vida a cultivar una variedad infinita de alimentos, con el único objetivo de progresar y “sacar buen provecho de todo”, como lo reconoce. Con 75 años bien vividos en el campo y cuatro hectáreas de cultivos de café, este hombre se siente tranquilo. Habla pausado y con serenidad, sabe que sus 15.000 matas de café, Variedad Colombia y Castilla, le entregan cada año lo suficiente para salir adelante y cumplir todos sus sueños.

Sin embargo, las vueltas de la vida y la crisis en al campo en el año de 1963, lo obligaron a mudarse a Bogotá con su familia en busca de mejores oportunidades, donde trabajó como carpintero durante 30 años para poder sacarlos adelante, pero al final se dio cuenta que la vida en la ciudad no era lo que él quería, sino vivir en el campo, y es por eso que decide regresar a su finca en Boyacá para hacer lo que realmente le apasiona y lo llena completamente.

Cuenta que además de sembrar café, también llegó a sembrar caña de azúcar, plátano y contaba con algunas cabezas de ganado, pero que por un proyecto que se venía desarrollando en Tenza (Boyacá), decidió invertir en las semillas de café, pues muchos amigos campesinos le comentaban que les estaba dando resultado y pagaban muy bien por la cosecha.

Tulio de Jesús Moreno, proviene de una familia trabajadora, vive con su segunda esposa, María del Carmen Dueñas, a quien describe como “su vida”. Con siete hijos entre los dos, provenientes de sus antiguos matrimonios, este caficultor describe su núcleo familiar como “algo bonito”, expresando una gran alegría y orgullo por la buena relación mutua que pudieron construir con el paso del tiempo.

Viste pantalón de dril, camiseta de cuadros, botas de caucho, sombrero y lo más representativo, su machete que se esconde en un estuche hecho de cuero que cuelga de su cintura. Estatura promedio, piel blanca, pocas arrugas en su rostro y una vitalidad asombrosa, es la descripción que a simple vista se ve del señor Tulio.

Pero lo que más le alegra a don Tulio es cuando se le pregunta por el sueño que tiene, respondiendo que su mayor ilusión es que a alguno de sus hijos le guste el campo, le apasione el campo y ame el campo como él lo hace, pero reconoce que resultará difícil, pues varios de ellos ya cuentan con una vida profesional y laboral en la ciudad. Uno de ellos es contador, otros son administradores de empresas, y uno más es ingeniero agrícola.

Esta es la vida de un buen campesino, un hombre que siente que entre sus manos está el futuro de Colombia: el campo, un campo próspero y lleno de vida, que le permita a todo aquel que le guste explotarlo y cultivarlo, con paciencia e infinito deseo, ser cada día mejor.

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