La confesión no es un juicio, sino un encuentro de Dios con la persona.
Por Nicolás Galeano
Hay quienes piensan que el sacramento de la reconciliación es un lugar en el cual se lleva a cabo un juicio, en donde el confesor toma las veces de juez para castigar, regañar o simplemente para llamar la atención acerca de ciertas conductas que no son bien vistas ante Dios y ante los demás, por esta razón mucha gente prefiere no acudir a los confesionarios para no sentirse regañados o a su vez juzgados. Pero hay quienes, por el contrario, ven en este sacramento una oportunidad para remediar sus errores, para hacer un alto en el camino, para reconciliase consigo mismos, con Dios y con los demás. El hombre, por su condición, experimenta a diario la tentación y el pecado, propias del mundo en el cual vive, estos actúan como impedimento en su camino y a su vez logran quebrantar la amistad no solamente con aquellos que le rodean, sino consigo mismo y con Dios, es aquí donde el sacramento del Reconciliación viene a servir de ayuda para el hombre, que arrepentido busca en Dios el perdón, para volver a recobrar así su amistad.
Frente al tema del Sacramento de la Reconciliación, el Papa Francisco ha querido insistir, por medio de sus homilías en la importancia de acudir a este sacramento con un corazón “contrito y humillado” (Sal. 50), para poder recibir así, la gracia que Dios concede a cada penitente, por medio del confesor, y que logra volver a unir los vínculos de hermandad y amistad entre Dios y el hombre. En una de sus homilías, el día 23 de Enero de este mismo año, el Papa Francisco recuerda: “Ante todo, ¡Dios perdona siempre! No se cansa de perdonar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Pero Él no se cansa de perdonar. Cuando Pedro pregunta a Jesús: “¿Cuántas veces debo perdonar? ¿Siete veces?”. “No siete veces: setenta veces siete”. Es decir siempre. Así perdona Dios: siempre. Y si tú has vivido una vida de tantos pecados, de tantas cosas feas, pero al final, un poco arrepentido, pides perdón, ¡te perdona inmediatamente! Él perdona siempre”. En esta misma línea, prosigue el Santo Padre: “No hay pecado que Él no perdone. Él perdona todo. ‘Pero, padre, yo no voy a confesarme porque hice tantas cosas feas, tan feas, tantas de esas que no tendré perdón…’ No. No es verdad. Perdona todo. Si tú vas arrepentido, perdona todo. Cuando… ¡eh!, tantas veces ¡no te deja hablar! Tú comienzas a pedir perdón y Él te hace sentir esa alegría del perdón antes de que tú hayas terminado de decir todo”. Y finalmente señala el Papa, dirigiéndose a los sacerdotes: “¿Estoy dispuesto a perdonar todo?”, “¿a olvidarme de los pecados de aquella persona?”. La confesión – concluyó – “más que un juicio, es un encuentro”. El encuentro con el Señor que reconcilia, te abraza y hace fiesta. Éste es nuestro Dios, tan bueno. También debemos enseñar: para que aprendan nuestros niños, nuestros muchachos a confesarse bien, porque ir a confesarse no es ir a la tintorería para que te quiten una mancha. ¡No! Es ir a encontrar al Padre, que reconcilia, que perdona y que hace fiesta”.