Castidad no es solo para sacerdotes, religiosos y religiosas. Todos estamos llamados a conocerla, defenderla y vivirla.
Por Rubén Gil
Castidad es un tema que choca con el pensamiento liberal que parece dominar el mundo actual. La persona que habla de castidad, en la mayoría de los casos, es vista como mojigata o beata. La liberación sexual no permite que la castidad se entrometa en su lógica.
Y es que existe la idea que la castidad pertenece al ámbito de los seminarios, conventos, monasterios o comunidades religiosas. Pero sucede que la palabra castidad no es de uso privativo de la religión cristiana. Ya los filósofos antiguos se referían al tema. Por ejemplo Aristóteles en su libro “Ética a Nicómaco” habla de la castidad como la prohibición de cualquier placer carnal. Es decir, que para los griegos la castidad era una virtud del hombre capaz de dominar su cuerpo.
El cristianismo, por su parte, adoptó la palabra castidad para hacerle frente al goce desenfrenado del cuerpo que da lugar a la lujuria.
De acuerdo con una de las enciclopedias del cristianismo católico, la palabra castidad significa una forma de la virtud de la templanza, que controla de acuerdo con la recta razón el deseo y el uso de aquellas cosas que aportan los mayores placeres sensuales.
Pero, ¿qué busca la iglesia católica cuando propone la castidad como una manera ordenada de vivir la vida según lo propone Dios? Para saberlo, hay que entender que la castidad no sólo es de competencia sacerdotal o religiosa. La castidad es propuesta para todos los que deciden cumplir los preceptos de Dios, comprendiendo que uno de los principios del Dios creador es el orden. La iglesia católica señala que la persona vive una vida desordenada cuando sus conductas son viciadas, en este caso porque no hay dominio de sí mismo. Es decir que tanto los consagrados a Dios como los que deciden forman un hogar y los que deciden vivir solteros son llamados a la castidad. Porque el verdadero propósito de la castidad es llevar una vida sana que propenda por el cumplimiento de la voluntad de Dios.
Por tal motivo la iglesia aconseja que la persona que decida casarse le sea fiel a su pareja y no busque el placer sensual egoísta; y a aquella persona que decida vivir soltera lo haga desde la abstinencia del placer sensual por amor a sí mismo y a lo demás, que representa el verdadero amor a Dios.
El catecismo de la iglesia católica en el numeral 2337 dice: “La castidad significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual”. Por la misma línea, el papa San Juan Pablo II en su exhortación apostólica Familiaris Consortio, numeral 33, dice: “Según la visión cristiana, la castidad no significa absolutamente rechazo ni menosprecio de la sexualidad humana: significa más bien energía espiritual que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su realización plena”.
Por lo tanto, la castidad no puede ser una camisa de fuerza para ningún cristiano, antes bien, debe ser una elección libre y voluntaria que ayude a cumplir el plan salvífico de Dios.