viernes, diciembre 13, 2024
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Carta del campo: Una Colombia en llamas

Nos comparten una reflexión en torno a la situación del país, cuyas consecuencias hacen parte de la mala y corrupta gobernanza, y pasiva respuesta de la población. Una invitación a la veeduría y a la exigencia para que los procesos políticos no pierdan su sentido social.

Colombia se alza en rebelión para reprimir las pesadillas sociopolíticas que en grandes incendios se han extendido a través del tiempo consumiendo la esperanza de un pueblo. En nuestro país no paran de percibirse ardientes temperaturas sociales, climáticas, políticas, económicas, espirituales, de gobernabilidad. No han bastado alegóricas reformas para sortear las llamas hegemónicas siempre en combustión. Las políticas de Estado no cumplen su objetivo social, democrático e institucional, por ello son la causante de los incendios que se propagan indiscriminadamente, difíciles de contener.

Colombia arde ante las llamas de los pirómanos políticos y gobernantes provocando en las instituciones humaredas de corrupción y desigualdad ante las gestiones públicas sin sentido social ni de país. De allí renace una sociedad que busca abrir nuevos caminos de verdad y el despertar de conciencias con programas de desarrollo. 

Desde pasados de no recordar, el poder del pueblo ha sido desconocido, reprimido por llamas que incineran los ideales de los vulnerables con tratos despóticos que viven esperando que las quemaduras de sus sufrimientos no traspasen la fuerza de sus espíritus. Y ese infierno se extingue con la presencia de un vitalismo de vida nueva haciendo desaparecer el paisaje atrofiado donde una vez la voz de la naturaleza acarició con sus vientos la esperanza que alentó la resistencia pacífica.

El pasado no puede quedar en el olvido, pasado que hace con el presente una simbiosis de lo que somos como institución política para vislumbrar el futuro que debemos ser. Las llamas de la piromancia estatal han sometido a la sociedad a patologías diversas formando una comunidad enferma, apática, temerosa y con miedo. Las llamas se configuran en grandes conflictos éticos de una parte, y sociales de otra, que conducen a propiciar protestas legales a las que el Estado responde con la fuerza pública dado que no es capaz de enfrentar la verdad. 

El pueblo ha sabido resistir en medio de las cenizas cual ícaro, por su pujanza, por la resistencia de una juventud guerrera, por el valor de nuestros indígenas, afros, campesinos y mujeres. La lucha sigue en medio de la pandemia y las turbulencias recordando a un paladín de la paz, que en un pasado exclamó “el respeto al derecho ajeno, es la paz”, Benito Juárez. 

En la Colombia en llamas se vive la llama del poder de gobierno, autoridades, elites y otras fuerzas aliadas como los medios de comunicación, quienes creen que el poder es de ellos, pero la realidad de la ley natural, es que el pueblo. es el poder, que busca reivindicar sus muertos de tantos genocidios y de esos muertos que en vida recorren el país sepultado por la impunidad.

Colombia, el país en llamas, es hervidero de pirómanos de todas las estirpes, provocadores de caos, corrupción, conflictos múltiples, todos ellos ya crónicos. Con Personalidades diversas y actos obsesivos, estos pirómanos se satisfacen con actos de crisis sociales y políticos en todas las instituciones oficiales y aun privadas, como verdaderos mercenarios de la violencia organizada, procesando y construyendo empresas delictivas a la luz de los órganos de control estatal, donde también ejercen su profesión corrupta.

En Colombia todo trasciende entre turbulencias, hecatombes y crisis. Cada proyecto social no culmina, pues su proceso está lleno de vacíos jurídicos que terminan en afectaciones al patrimonio de la nación, pues los contratistas hacen de las suyas sin que nadie los investigue ni juzgue. Catástrofe de una gobernabilidad imposible de superar es aprender para que sean menos burocráticos y resiliente, que evite este declive. Se vive una colisión política, nos dicen, en perspectiva histórica.

El proceso de paz en llamas. Este capítulo se quedará sin conocer la verdad por parte de expresidentes, altos funcionarios del estado, ministros y militares de la cúpula. Aquí las llamas seguirán ardiendo y las víctimas se quedarán esperando saber quién mató a sus familiares y donde se encuentran enterrados. Solo conocerán esta información, cuando ocurra la resurrección de los muertos que nos habla la biblia.

Colombia en llamas arde por todos los frentes, rurales y urbanos y en el rural acoge las tierras que le han arrebatado a nuestros campesinos que agonizan en tierras roturadas como siervos sin tierra, cual condenados de la tierra como también lo señala en su obra Juan Rulfo en el Llano en llamas, que es otro episodio de nuestra América en llamas. Revivamos los fuegos de la esperanza para con ellos apagar los fuegos leviatanes de los poderes de los sin razón. Como dirán los expertos que, ante la inmanencia del fuego de las crisis, plantear desafíos se torna prioridad si queremos dar impulso a unas mejores condiciones de vida, de libertad y existencia.

Las venas abiertas de la tierra, de la naturaleza se extienden resistentes ante la embestida humana que a cada instante profieren su destrucción con el fuego que el hombre propaga con sus instintos criminales, que le arrebatan su vida, que es también la vida humana. Abrir la biosfera es nuestro ímpetu para avivar los vientos de la ontología humana, del saber y conocer la historia, que nos revive el clamor de un pueblo que nunca es oído ni atendido, al que solo le llega el fuego de las balas asesinas.

La sociedad ante esta gobernanza, le tiene miedo a la libertad, a su existencia, mientras no se extinga la dictadura y la terquedad. Salvarnos de la imaginación es la tarea de la resistencia que propone un pensar social abierto a la lucha que enruta propuestas ecuánimes y consistentes. Pero el miedo presidencial a su pueblo, a su juventud, a sus etnias, quiere apabullar a los jóvenes con una invitación a participar en una votación anaranjada con zanahoria a bordo para después dejarlos colgados de la brocha. 

Eso es lo que le gusta al dictador, proponer lo que no puede cumplir y lo más ruin, es que lo hace cuando ya se le acerca el final sin pena ni gloria, dejando una sociedad sometida a patologías diversas, enferma y doliente ante los conflictos que tuvo que vivir, todos ellos incurables como la pandemia que nos asiste. Cualquier anuncio no podrá modificar las concepciones antropológicas ancestrales, para cambiar el devenir de la fracasada cultura naranja que pasó desapercibida.

El estado en su gobernanza busca siempre convertir al sujeto comunitario en un instrumento para sus juegos incendiarios. En medio de las llamas, debemos aprender a resistir los incendios que proponen y sufragan los regímenes dictatoriales en consorcio con sus cómplices elitistas. Los desastres incendiaros y de otras múltiples facetas no duran ni saben afrontar las crisis, pues el pueblo con tenacidad social, aprende a apagar las llamas tiránicas de los regímenes torpes.

Siempre hay un derecho a la transformación cuando nada funciona, para edificar oportunidades autorrealizables. La historia se ha dicho la hace el hombre, cambiar el mundo en medio de utopías, porque lo peor es no cambiar. Las utopías están en nuestra razón para contrarrestar la irracionalidad de la razón, enfrentando las llamas de la indolencia social y política con tesón bajo la existencia de un mundo posible. 

Estas reflexiones propias de una razón rebelde y un pensamiento crítico buscan invitar a desafiar a un régimen en llamas. Las razones de rebeldía encuentran eco en el tratado sobre el gobierno de Locke que detalla que los pueblos tienen derecho a rebelarse en contra de los gobiernos tiranos, derecho al cual no se puede renunciar. Los sentires de protestas y de rebelarse tienen cabida contra el despotismo, donde la reflexión se asume como una denuncia.

Por: Mariano Sierra. Habitante rural.

Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.

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