miércoles, diciembre 18, 2024
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Carta del campo: Entre parteras y comadronas

En el marco del proyecto Comunicar y Proteger la Paz se reúnen cosmovisiones del pueblo afrocolombiano, esta vez sobre la labor de la mujer en conservar el saber ancestral para sanar y acompañar el bienestar de las comunidades.

Nancy: Yo aprendí la partía cuando tenía diez años, mi mamá me decía que la acompañara y así fui aprendiendo, ella nunca me dijo como se hacía yo solo la veía. Un día ella me llevó a Santa Ana por el río San Francisco, iba a parir una tía mía y quería que mi mamá le hiciera el trabajo. 

Así que rapidito cogimos el canalete y llegamos a las tres de la mañana, y ahí estaba mi tía sudando, llevaba más de tres días con esos dolores. Yo ahí tenía ya los quince años, ya había visto pasar más de cinco partos por mi cara, pero como era mi tía, yo tenía miedo, vaya y le salga a una algo mal.

Mi mamá como ya era vieja en eso, se santiguó y empezó su trabajo. Así que mi tía empezó a puja; puje y puje que no a pujao, y como estaba oscuro prendimos el esocandela para poder alumbrar, y a lo que lo prendo, de una sale el muchachito, y de una sale para el balcón, camina hasta la orilla y se mete al río. 

Según contaba mi mamá, era un niño armadillo, porque caminaba igualito a él, además tenía la espalda corroñosa. Por eso es que yo digo, que cuando una mujer está preñada, no toda cosa se come.

Cuando ya tuve los veinte,  a mi mamá la llamaron para ayudar a parir a una señora, pero ella no quería ir, así que me mandó a mí; yo de una me alisté y fui. Ese fue mi primer parto, yo estaba un poquito nerviosa, pero gracias a Dios todo salió bien, esa señora quedó tan contenta que me nombró madrina de su hija. Yo misma le curé el ombliguito y hasta la bauticé.

Apenas tengo treinta y ocho años, y he ayudado a parí a  más de cien mujeres; unos fáciles y otros duros, pero gracias a Dios todos han nacido bien. La prueba más dura que he vivido es ver con dolores a mi hija la pequeña, y no poderla ayudar, el niño no se dejó nunca acomodar. Por eso ahora mismo está internada en un hospital.

Vitalia: Gracias a la hermana sor Oyola, pude ir a Popayán a estudiar enfermería, y desde que me gradué nunca más volví a ombligar a un muhachito, es que anteriormente los niños se nos morían y no sabíamos por qué, con ese cuento de que la ombligada y la tradición.. 

A los niños les daba tétano, al echarle ese polvito para curar el ombligo, eso a los días se les enconaba y cuando ya íbamos a ver, estaba podrido eso, y usted sabe que cuando la infección se manifiesta es porque hay muy poco que hacer.

A mis dos hijos ombligué y gracias a Dios están sanos, una vez intente ombligar a una niña, me habían llamado para hacer ese trabajo, la mamá solo confiaba en mí, ese día tanto me acuerdo era un viernes, yo me estaba arreglando en la mañanitica.

Como media hora antes de salir, golpearon mi puerta, era una gente amarilla, gente que yo nunca en mi vida había visto; pero lo que más me gustó de eso, fue que me dieron la mejor noticia para mi vida, cosa que como ayuda de Dios, me mostró el camino para no ombligar nunca más a nadie.

Pacha, la comadrona: Yo conservo el ombligo de todos mis hijos, y varios de mis nietos. Yo aprendí a comadriá cuando tenía doce años, mi papá era curandero y sobador, mi mamá comadrona, veía paso a paso lo que ellos hacían, aunque a mi papá casi no le gustaba que uno tuviera ahí, yo varias veces lo rendijiaba pa vé que hacía. 

Un día, yo estaba pequeña, nos fuimos pal monte con todos estos muchachos, íbamos a coger unas papachinas del terreno del finao Benildo, cuando en eso, pasamos por el palo de limón mandarina, y pau una culebra  mordió a mi primo, era tan mala esa condenada que hasta los dientes le dejó pegados.

Yo ahí mismito me acordé de lo que decía mi papá: “Uno cura con lo que hay” así fue que cogí mis yerbas y empecé a rezá, por ahí vi una ramita de zaragoza, la empecé a mascá y como escupía en el pie de mi primo, así mismo rezaba, y lo tapé con una hoja de santa maría. 

Nos regresamos, lo llevamos apao hasta la pampa de la casa, y nosotros disque pa que no se dieran cuenta los viejos, le quitamos la hoja de y cuando volteamos a ver, hasta la herida se había cerrado y los dientes pegaos a la hoja. Desde ahí empecé yo.

Ya después de eso, mi papá me enseñó todos los secretos y mi mamá toda su sabiduría. Hasta el día de hoy a mis setenta y cinco años, yo sigo curando ojo, espanto, picada de culebra, ombligo muchacho, ayudo a parí y hasta limpio las casas.

Si, yo le enseño a mi hija la mayor, en estos días no más me llamó pa que yo le dijera cómo se ombligaba, ella vive en Cali y la señora que ella le trabaja le dijo que le ombligara al nieto. Mientras ella iba haciendo, yo le iba diciendo por teléfono. Como a los quince días me llamó y me dijo que estaba bonitico, rosadito el niño, yo sentí como si fuera yo quien lo había ombligado.

Por: Pilar Madrid. Facilitadora del proyecto Comunicar y Proteger la Paz. 

Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.

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