“Por estar ubicados en inmediaciones de la ciudad, la mayoría de los hombres suele desplazarse para trabajar en labores de construcción, mientras que las mujeres desempeñan tareas asociadas con el servicio doméstico”, explica Juliana Sabogal, estudiante del Doctorado en Agroecología de la Universidad Nacional de Colombia (U.N.) Sede Palmira.
La estudiante recuerda que, aunque el 80 % del territorio del municipio de Pasto (Nariño) corresponde al área rural, alrededor del 85 % de la población se concentra en la zona urbana.
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La doctoranda encontró que a pesar de que las políticas agrarias de 1960 a 2010 estaban encaminadas a que los pequeños agricultores aumentaran su productividad –y Nariño fue un departamento pionero en implementarlas–, las condiciones alimentarias de la población campesina no han mejorado, y, por el contrario, parecen deteriorarse.
Asegura que las actividades económicas complementarias de estas comunidades campesinas no garantizan su bienestar, pues sus ingresos escasamente llegan a los 300.000 pesos mensuales por familia.
Agrobiodiversidad, la clave
Según la investigación, los campesinos que aún tienen una actividad productiva asociada con las faenas agrícolas tampoco tienen mucho poder de decisión, debido a que las políticas agrarias han incentivado que el mercado defina qué se debe producir, a qué ritmo y según qué modelo de producción.
Por esta razón muchos de ellos se dedican al monocultivo de papa o cebolla, o al ganado de leche en forma exclusiva, lo que compromete la cantidad y diversidad de alimentos que se producen, y por ende su seguridad y soberanía alimentaria.
“La introducción de paquetes tecnológicos con semillas certificadas trajo como consecuencia que las personas se vieran obligadas a cambiar su modo de producción para vender productos más rentables, como papa y leche”, precisa la doctoranda. Dicha situación llevó a que se limitaran tanto la diversificación como el acceso a algunas hortalizas, tubérculos andinos, gallinas y cerdos, antes presentes en la mayoría de los hogares campesinos, detalla.
Como las propiedades se heredan de padres a hijos y se limitan a cerca de media hectárea para familias de cinco personas en promedio, con el paso del tiempo su tamaño se ha reducido, por lo que resulta cada vez más difícil tener áreas de cultivo que permitan sembrar productos de pan coger, además la asociación entre distintos actores es baja y no hay forma de garantizar una producción para autoconsumo.
Rescate de tradiciones
Para revertir este proceso de franco deterioro, se propone como posible alternativa que los campesinos retomen el control sobre sus sistemas agroalimentarios, además de rescatar sus semillas y algunas razas criollas de cerdos, pollos y vacas, en contraposición al uso exclusivo de razas europeas y norteamericanas.
“Aunque estos animales son más productivos, el hecho de que no se adapten de manera óptima a las condiciones de estos territorios hace que su cría implique gastos adicionales en insumos como alimentos y vacunas”, destaca la doctorante, para quien se trata de un proceso que además de técnico y económico es cultural, y necesariamente debe pasar por el rescate de las tradiciones ancestrales.
La investigación adelantada por la doctoranda ha sido posible gracias al convenio suscrito entre el Centro de Investigaciones para el Desarrollo (ZEF), de la Universidad de Bonn, y el Instituto de Estudios Ambientales (IDEA), de la U.N.
Fuente: Universidad Nacional de Colombia.
Editor: Lina María Serna. Periodista – Editora.