“Yo ingresé voluntariamente a los 11 años, me cansé del hambre y la falta de oportunidades; en la vereda en que nací, no había escuela, ni puesto de salud, ni siquiera junta de acción comunal. Mis padres trabajaban en labores del campo, pero con lo que ganábamos no alcanzaba ni para comer”, expresa Deisy, excombatiente ahora en proceso de reincorporación.
Al preguntarle acerca de cómo ha cambiado su vida en los últimos años expresa: “Cuando ingresé, pensaba que, por ser mujer, mis responsabilidades serían diferentes, pero resultó que no; al igual que los hombres, cargábamos el armamento y la remesa, cocinábamos, marchábamos largas jornadas, participábamos de acciones armadas y relacionamiento con la población civil.
Por el amor y la dulzura de nosotras las mujeres, éramos las encargadas del mantenimiento de la carne en el monte. “Cuando se sacrificaba una novilla, nosotras la despresábamos y la salábamos. Luego hacíamos un hueco en la selva en donde enterrábamos la carne en bolsas negras y lonas, en donde se mantenía hasta por 4 semanas sin ningún tipo de refrigeración, cuando nos trasladábamos de campamentos nosotros la cargábamos y a pesar de las fuertes temperaturas durante la marcha, la carne siempre se conservaba. Cuando los hombres realizaban esta misma labor, la carne se dañaba al siguiente día de ser salada. Llámenos agüerista o no, la dulcera de la mujer se expresa en esas pequeñas cosas.
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Por años nos convertimos en una familia en donde nos cuidábamos y nos respetábamos, nunca nos preocupamos porqué a los campamentos siempre nos llegaba todo lo que necesitábamos (medicina, uniformes, artículos de aseo, comida) una de las principales frustraciones para nosotras como mujeres es la imposibilidad de tener hijos por razones del conflicto”.
En la actualidad, estas mujeres se encuentran viviendo en la zona urbana y rural del municipio de Puerto Rico, en el departamento del Caquetá. Una vez firmados los Acuerdos de Paz entre el gobierno nacional y la guerrilla de las FARC, muchas de ellas se concentraron en la zona veredal de Miravalle; en el municipio de San Vicente del Caguán. Allí muy pronto entendieron, que querían instalarse en la cabecera municipal de Puerto Rico, más cerca de sus familias y de la oportunidad de hacerle el quite a la guerra.
Actualmente estudian primaria y bachillerato a través de la metodología maestro itinerante, en su gran mayoría ya tienen hijos y otras más planean ser madres prontamente y, aunque les ha costado acostumbrarse al caos de las motos y el estrepitoso ruido de las discotecas del pueblo, ellas han encontrado vínculos importantes en este municipio.
Uno de estos con el proyecto MIA, financiado por el Fondo Europeo para la Paz de la Unión Europea y liderado por Acción Cultural Popular – ACPO, con el apoyo de la Diócesis de San Vicente del Caguán y la Registraduría Nacional del Estado Civil; el cual se desarrollará en los tres próximos años en zonas afectadas por el conflicto armado como el sur de Caquetá y el norte del Chocó en Colombia.
Desde allí, 18 mujeres se propusieron constituirse legalmente como Asociación de Mujeres, así como elaborar un proyecto productivo colectivo que les genere ingresos, pero sobretodo, que les permita permanecer unidas y trabajando en equipo, como lo hicieron por años, sin los afanes de la guerra y teniendo los elementos suficientes para educar una generación que le aporte a la paz.
Por: Oscar Mauricio Santiago. Facilitador proyecto MIA en Caquetá.
Editor: Lina María Serna. Periodista – Editora.