El 15 de abril iniciamos la peregrinación hacia Santiago de Compostela en Lourdes, Francia. Son más de 900 kilómetros y quise encomendar a Dios y a la Virgen María a todas las personas vinculadas a Acción Cultural popular -ACPO, a los lectores de este periódico y a todas las personas que hoy forman parte de nuestra vida y de nuestro trabajo. Hoy comparto algunas experiencias que vamos viviendo en este peregrinar.
Quería recorrer el camino en bicicleta, con todo el esfuerzo físico que exigen al peregrino las agrestes y bellas rutas hasta la ciudad del apóstol Santiago, pero una dolorosa lesión deportiva que se agravó el pasado viernes santo, me impidió hacerlo y, en lugar de la bicicleta, tuve que moverme en silla de ruedas. Entonces comenzaron a manifestarse los «ángeles de carne y hueso» que me han acompañado antes y durante el presente viaje.
Eliana Montaño
Esta joven madre y esposa tiene manos preparadas y entrenadas para aliviar dolores y volver a su lugar y tamaño, músculos y tendones. En 10 terapias intensas, dolorosas y cuidadosas, me dio ánimo para continuar y persistir en el viaje. Eliana me puso en movimiento para poderme subir al avión.
Además, me dio un pequeño listado de súplicas que dejé a los pies de la Virgen, como lo prometí. Su atención diaria y a domicilio es algo imposible de lograr en cualquier entidad de salud en Colombia y en vísperas de un viaje largo y tan cercano.
Diana González
Trabaja en la aerolínea que nos transportó desde Bogotá hasta Madrid y nunca vi su rostro. Solamente conocí su voz y escuchó la historia de mi lesión faltando apenas 24 horas para el vuelo. Nos asignó sillas más cómodas para estirar mi pierna y aliviar la fatiga de las más de 10 horas de vuelo.
También logró que en Bogotá y Madrid, un funcionario me condujera en silla de ruedas por los largos corredores y controles aduaneros. Diana consiguió todo esto cuando ya se habían cerrado todos los plazos. Este ángel tiene un auricular, un buen computador y un corazón de oro, dispuestos a servir a quienes lo necesitan.
Jairo, un servidor sin apellido
En Madrid me recogió un hombre de mediana estatura, fornido y con un inconfundible acento colombiano. Desde hace 4 años recibe personas que necesitan silla de ruedas en el aeropuerto. Sin decir su apellido, nos llevó a la aduana, recogió nuestras maletas, nos llevó a la oficina de correos, nos ayudó a despachar una de ellas para Berlin, se subió con nosotros al autobús que nos llevó hasta el terminal 4 y, finalmente, nos puso dentro del tren de cercanías para conectarnos con el tren a Bilbao.
Este antioqueño, de origen caficultor, fue guía, portamaletas, enfermero y amigo, lleno de sonrisas y energía. Jairo, estaremos siempre agradecidos por tu bondad. Tus manos recolectoras de café aprendieron a servir el mejor: el de la entrega a los demás. Ojalá algún día vuelvas a tu patria a enseñar sobre servicio amoroso con la convicción tuya.
La familia de Tarbes
Cuando llegamos allí, a más de 20 kilometros de Lourdes, el conductor nos ayudó a bajar los morrales en un descampado solitario. Eran las 7 de la noche. La destechada parada de autobuses de Tarbes está en frente de un colegio, sin ninguna indicación para viajeros como nosotros.
No había un alma con la que pudiéramos hablar en esa fría tarde de domingo. Decidimos «echar dedo». Luego de unos desalentadores 15 minutos de intentos fallidos, en un pequeño Volkswagen una hermosa familia de inmigrantes albaneses con tres hijos pequeños, nos «abrió campo» y nos dejó a dos cuadras de nuestro hotel, sin cobrarnos ni un solo centavo. En Albania nació Santa Teresa de Calcuta y ellos honraron su nombre y se solidarizaron con los extranjeros. A ellos también, los llevamos en el corazón.
Hay muchos otros ángeles de carne y hueso que nos acompañan en este camino y a quienes quisiéramos recordar desde estas líneas. Gracias a ellos, luego de 8 días de iniciar la peregrinación, he vuelto a caminar, aunque despacio y apoyado en los bastones del peregrino.
A modo de reflexión
En el camino de la vida debemos saber para dónde vamos. Uno mismo construye, se labra y es el dueño de su destino, aunque desconozcamos cuándo serán el día y la hora de la despedida.
Nuestra vida está llena de personas que aparecen de repente, cuando más los necesitamos, como venidos del cielo. Son seres de carne y hueso, sensibles, solidarios, generosos, dispuestos a servir, sin esperar nada a cambio.
En Colombia, en estos momentos difíciles, necesitamos muchos como los que hemos encontrado, dispuestos a construir un país solidario. Si queremos una Colombia mejor, tenemos que ser verdaderos ángeles, de carne y hueso.
Por: Bernardo Nieto Sotomayor- Equipo Editorial El Campesino.