“Jesús sanó a muchos enfermos, que sufrían de diversos males, y expulsó a muchos demonios” (Mc 1, 29-39)
Por: Kenny Lavacude
Hay personas optimistas, sonrientes, positivas, que justifican su carácter y su estado de ánimo en la vivencia de su fe. En efecto, aunque los problemas agobien y el dolor oprima, quienes tienen fe (y esperanza y caridad) sobrepasan estas situaciones o estados y los subliman a partir de un referente religioso que anima, acompaña y alivia.
Igualmente ocurre con la salud. Por alguna razón, que puede incluir los sicológico, la fe ayuda a combatir e incluso a curar las enfermedades. La oración, la espiritualidad y la religión ayudan a curar enfermedades: «No hay forma de probar científicamente que Dios cura, lo que sí parece susceptible de demostración es que creer en Él tiene efectos beneficiosos. Es casi indudable que la fe, la oración y las prácticas religiosas sanas contribuyen a la mejoría de los enfermos», afirma el doctor Dale Matthews, médico del Virginia Hospital Center. Por otra parte, Archives of Internal Medicine, a partir de una encuesta de la Universidad de Chicago, aplicada a 1.100 médicos, concluye que la religión puede tener un efecto positivo en los pacientes: “sobrellevan mejor la enfermedad y su actitud positiva les da un apoyo; la esperanza, paz y bienestar de los creyentes profundos reducen las hormonas estresantes que dañan la salud”, dice el estudio.
Hay pruebas fehacientes que demuestran que entre la religiosidad y la longevidad existe una profunda relación. El testimonio más preclaro es del Santiago Ramón y Cajal (1852 – 1934), Premio Nobel de Medicina (1906), escribe, de manera casi poética al hablar de la asociación salud – longevidad y fe: «Cuando considero el color sano y la tranquilidad de ánimo de las personas piadosas, pienso que la religión posee, además de alto valor moral, excelente valor nutritivo. La fe robustece v conduce a la longevidad lozana, mientras que la duda condena, a veces, al dolor y a la vejez prematura».
Más allá de consideraciones científicas o psicológicas el creyente vive la sanación desde una experiencia fundamental y vital. Desde la consideración inequívoca que Dios es el creador de todo, que todo lo hizo bien y que todo lo mantiene, por su amor y misericordia.