Deudas que persisten
Según el Censo Nacional de 2018, más de 4,6 millones de colombianos se autoidentifican como parte de los pueblos étnicos afrodescendientes, y al menos la mitad son mujeres. Un tercio son niñas y adolescentes. Para ellas la juventud no ha sido garantía de oportunidades.
En educación, las brechas son alarmantes. Apenas el 16 % de mujeres afro entre 18 y 24 años accede a educación superior, de acuerdo con cifras del DANE (GEIH 2022) y el Ministerio de Educación Nacional (2023). La deserción escolar, especialmente en zonas rurales y periféricas, sigue siendo una constante. “Se reproducen ciclos de pobreza cuando no hay acceso real a la formación técnica o universitaria”, advierte el Observatorio de Discriminación Racial de la Universidad de los Andes.
En el ámbito laboral, la desigualdad se profundiza. Las mujeres afro tienen mayores tasas de desempleo e informalidad que el promedio nacional. En regiones como el Pacífico, su tasa de desempleo supera en más de 4 puntos porcentuales a la media nacional, según el mismo observatorio. Muchas son jefas de hogar, desempeñan trabajos no remunerados o mal pagados, y aún así no acceden a mecanismos de protección social.
Salud, otra deuda histórica
La salud también es un terreno de exclusión. La Encuesta Nacional de Demografía y Salud (ENDS 2020) revela que las mujeres afro enfrentan barreras sistemáticas para acceder a servicios con enfoque étnico, especialmente en salud sexual y reproductiva. La Defensoría del Pueblo alertó en 2023 sobre el aumento del embarazo adolescente entre jóvenes afrocolombianas en departamentos del litoral Pacífico, donde la cobertura en salud pública sigue siendo precaria.
La partería tradicional, una práctica ancestral profundamente ligada a los pueblos afro, ha sido clave para suplir la ausencia del Estado. Organizaciones como la Asociación de Parteras Unidas del Pacífico (ASOPARUPA) —que agrupa a más de 1.600 mujeres— no solo asisten partos, sino que brindan acompañamiento espiritual y comunitario. “La partería es vida, es memoria y también es resistencia”, afirman desde el colectivo.
Liderazgo en riesgo
Ser lideresa afrocolombiana implica un riesgo permanente. En la última década, más de 100 mujeres afro han sido víctimas de amenazas, ataques y desplazamiento forzado por ejercer defensa de derechos, de acuerdo con informes de Indepaz, la Misión de Observación Electoral (MOE) y la plataforma Rutas del Conflicto.
La violencia no solo es armada: es simbólica, institucional y cotidiana. Francia Márquez, hoy vicepresidenta de Colombia, fue una de las muchas lideresas afro que sobrevivió al conflicto armado y a la estigmatización racial. Su trayectoria es testimonio de que “vivir sabroso” significa, ante todo, hacerlo con dignidad y sin miedo.
¿Qué se necesita?
Las cifras son claras. Sin políticas diferenciales, sin enfoque étnico-racial y sin participación efectiva, no hay igualdad sustantiva. La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible reconoce que ningún país puede avanzar si deja atrás a las mujeres afrodescendientes. En Colombia, el Ministerio de Igualdad y Equidad, creado en 2023, asumió el compromiso de coordinar acciones interinstitucionales para cerrar brechas históricas de género, raza, etnia y clase.
Sin embargo, aún está pendiente consolidar una política pública integral que articule educación, salud, empleo, justicia, participación y protección para mujeres y niñas afrodescendientes, con presencia real del Estado en los territorios. La Ruta Afrocolombiana de Equidad, que el Ministerio anunció en 2024 como eje estratégico, necesita traducirse en presupuestos, indicadores y resultados medibles.
Este 25 de julio es una fecha para reconocer el legado, la fuerza y la lucha de las mujeres y niñas afrodescendientes. Es un llamado a actuar con responsabilidad, a garantizar sus derechos y a construir un país más justo y plural. Con ellas, Colombia avanza con raíces profundas y un horizonte de equidad.
Luz Marina Becerra, coordinadora nacional de la Conferencia Nacional de Organizaciones Afrocolombianas (CNOA), afirma: “…es una contradicción que la paz exista junto con el racismo y el sexismo y la negación de los aportes de las mujeres afrocolombianas a la organización y al país… esperamos que este proceso se transforme; esperamos que nuestra visión coincida con las que tienen las instituciones, y que estos procesos sirvan para hacer las cosas de maneras distintas.”