Según el más reciente informe del DANE, la tasa nacional de desocupación fue del 9 %, una caída significativa frente al 10,3 % registrado en mayo del año anterior. Sin embargo, en las zonas rurales dispersas y centros poblados, el desempleo subió 0,2 puntos porcentuales, un incremento no significativo estadísticamente, pero preocupante si se compara con la tendencia positiva del resto del país.
Uno de los datos más reveladores es el nivel de informalidad, que sigue afectando con más fuerza al campo. Mientras en las 13 ciudades principales la informalidad se ubicó en 42,3 %, en las zonas rurales fue de 83,8 %, una cifra que duplica la media nacional (55,9 %) y refleja la precariedad estructural del empleo rural.
La desigualdad de género también persiste: en los centros poblados y el rural disperso, el desempleo entre mujeres aumentó de 186.000 a 224.000, lo que contrasta con la tendencia nacional, donde la desocupación masculina cayó 19,5 %. Aunque las mujeres en todo el país presentan mayores dificultades para acceder a un empleo formal, en el campo esta brecha es aún más marcada y sostenida.
A pesar de estos rezagos, el informe también mostró algunos signos de dinamismo. La población ocupada en zonas rurales aumentó ligeramente, de 4.753.000 a 4.891.000 personas, un crecimiento del 2,9 %. Sin embargo, este aumento no fue suficiente para reducir la tasa de desempleo rural ni para cerrar las brechas con los centros urbanos.
Por rango de edad, el informe señala que los mayores beneficiados con el crecimiento del empleo fueron hombres mayores de 25 años, especialmente en sectores como transporte, almacenamiento y servicios técnicos. En contraste, los jóvenes de zonas rurales siguen enfrentando una desocupación muy superior a la media, con una tasa del 15,7 %, casi el doble del promedio nacional.
La situación en el campo evidencia la necesidad urgente de políticas laborales diferenciadas. Mientras las ciudades se benefician del crecimiento económico y la recuperación pospandemia, el campo sigue atrapado entre la informalidad, la exclusión de género y la falta de oportunidades productivas.
“Las cifras muestran una recuperación del empleo a nivel nacional, pero también nos obligan a poner la lupa sobre el rezago estructural que persiste en las zonas rurales”, advirtió Andrea Ramírez, subdirectora del DANE.