Transformar para alimentar
En el barrio La Perseverancia, una loma empinada en pleno centro de Bogotá, florece una experiencia que desafía el modelo agroindustrial desde la raíz. En un terreno que fue basurero por más de 40 años, Rosa Evelia Poveda Guerrero construyó, piedra sobre piedra, una granja donde “la basura no es basura, es una gran oportunidad para tener trabajos sustentables”.
Reciclando canecas, madera abandonada, cubetas de huevo y botellas plásticas, Rosa diseñó una casa, un invernadero, un sistema para baño seco y una cocina agroecológica. “Aquí nosotros tratamos de hacer cosas para no depender de nada. Podemos vivir de esa pared para adentro sin problema”, afirma mientras muestra una motobomba casera, una picadora de pedal y paneles solares.
Pero más allá de la infraestructura, lo que Rosa ha cultivado es un modelo de vida que pone en el centro la soberanía alimentaria. “Yo creo que la seguridad, soberanía y autonomía alimentaria es el derecho de los pueblos a decidir qué quieren comer, cuándo quieren comer y con quién quieren comer”.
Cocinar como acto político y pedagógico

La gastronomía en esta granja es una forma de vivir y de educar. “No es que tengamos un proyecto porque llegó un recurso. Esta es una forma de vida, es como vivimos nosotros como campesinos”, explica. La comida se produce, se transforma y se comparte con quienes llegan a aprender. “Nosotros transformamos los alimentos que sembramos, los preparamos, los llevamos a la mesa y los compartimos con otras familias”.
En la cocina de Rosa hay saber sobre semillas criollas, variedades de papa nativa, tiempos de cosecha, ciclos del agua y la importancia de la orina como fertilizante natural. “Yo no soy rica, yo soy campesina y acá vivimos con lo que producimos”.
La Granja Escuela, ofrece talleres sobre compostaje, construcción con reciclaje, cocina ancestral y agroecología urbana. Así mismo, promueve el acuerdo local “EcoCiclo” para el aprovechamiento de residuos postconsumo y desde su espacio impulsa el contacto directo entre campo y ciudad. “El dinero no se come, el dinero no quita el hambre, no quita la sed. Nosotros estamos de paso y debemos pensar en las futuras generaciones”.
Devolverle dignidad al alimento y al campesino

Rosa no solo siembra hortalizas, también siembra pensamiento crítico. “Nos han hecho creer que los campesinos somos pobres, pero el que tiene un apartamento de 36 metros y lo debe, ¿ese es el rico? Yo tengo un lote de 1.800 metros, conejos, gallinas, cultivos, y vivo sin deberle a nadie”.
La visión de Rosa se enraíza en una forma de vida que prioriza el vínculo con la tierra y el bienestar colectivo. “Nosotros no sembramos para vender y cambiarlo por dinero; es una oportunidad para nosotros mismos a través de la autonomía tener la conexión con la naturaleza”.
En ese sentido, propone un cambio cultural que se enfoca en enseñar a niños y niñas que la leche no sale de la nevera y que detrás de cada plato hay manos, tierra, agua y saber. “Si somos racionales, si somos inteligentes, somos capaces de transformar y dejar un mundo diferente a las futuras generaciones”.
Cosechar dignidad en la ciudad

Hoy, en pleno centro de Bogotá, Rosa sigue replicando la cultura campesina. “Me sacaron de mi territorio, no me acostumbré a vivir en esta urbe y por eso me traigo el campo a la ciudad para ponerlo al servicio de mucha gente”.
Desde su experiencia, los mercados campesinos y las cocinas comunitarias deben tener un papel estructural en el país. “Necesitamos al Ministerio de Agricultura, necesitamos al gobierno para que en las cabeceras municipales coloquemos centros de acopio, para que los campesinos traigan directamente sus productos sin intermediarios”.
Mientras tanto, ella sigue abriendo su puerta a todo el que quiera aprender. “Aquí siempre estará la puerta abierta para que todas las personas que quieran aportar a la cultura campesina puedan venir, hacerlo, aprender”.
En el Día de la Gastronomía Sostenible, la historia de Rosa Evelia Poveda es testimonio vivo de que otra manera de alimentarse y de vivir es posible. Desde su pequeña granja, con herramientas rústicas y sabiduría heredada, demuestra que la sostenibilidad no es una moda sino un compromiso cotidiano con la tierra, con el alimento y con quienes vienen después.
“Otro mundo es posible si entre todas y todos logramos sembrar, construir y tener muy cerca los alimentos. Kilómetro cero, le llamamos nosotros”.