La historia oficial conserva láminas, especies clasificadas y manuscritos enviados a Europa. Pero cada descubrimiento estuvo acompañado por voces que orientaban, manos que recolectaban y saberes que guiaban.
“El conocimiento popular fue fundamental”, destaca Octavio Duica, mediador del Instituto Colombiano de Antropología e Historia, ICANH.
“La expedición no habría sido posible sin quienes sabían reconocer una planta por su olor, por el canto de un ave o por la textura de su hoja”, sostiene. “Este dispositivo pedagógico busca precisamente resignificar ese saber campesino e indígena que enriqueció el trabajo de campo y que hoy sigue siendo vigente.”
Caminos de ciencia compartida
Iniciada en 1783 con el respaldo de la corona española, la expedición recorrió territorios clave, como Mariquita, Honda y el valle del Magdalena. Durante quince años exploró miles de especies vegetales. El recorrido fue posible gracias a un equipo amplio que combinaba formación académica con saberes del territorio.
“En los documentos históricos encontramos menciones breves, pero el verdadero trabajo de campo lo hicieron quienes acompañaban a los expedicionarios, recolectaban y clasificaban”, explica Duica.
Campesinos e indígenas reconocían cada planta por su forma, por su relación con la vida cotidiana, y por sus usos en rituales, partos, enfermedades, comidas y oficios. Esa sabiduría comunitaria “fue el motor silencioso de la expedición”.
Plantas con memoria
Hoy muchas de esas mismas plantas siguen presentes en los mercados rurales y en los patios familiares. Son parte de la economía popular, de la medicina natural y de los saberes transmitidos entre generaciones. “El tabaco, por ejemplo, sigue siendo un cultivo clave en varias regiones. Eso tiene raíces coloniales, porque fue parte del monopolio español”, recuerda Duica.
“Hablamos de plantas que se usaban en rituales, en procesos sociales, en la vida diaria… y que también se exportaron como medicinas”, señala.
En los cajones del Herbolario, exposición que acompaña su relato, se agrupan especies clasificadas durante la expedición y utilizadas por siglos en territorios rurales. “Hay pigmentos, frutas, plantas venenosas, fibras y maderas. Todo eso es conocimiento ancestral vivo.”
Reconocer para fortalecer
La Expedición Botánica fue también un encuentro de saberes, pues la ciencia ilustrada se entrelazó con los conocimientos ancestrales del campo. “Lo que buscamos con este trabajo es devolver la voz a quienes acompañaron la expedición desde sus territorios y saberes, y que pocas veces han sido reconocidos”, reafirma Duica.
La etnobotánica, que estudia cómo las comunidades se relacionan con las plantas, permite reconstruir esa relación entre conocimiento, vida cotidiana y territorio. Desde allí, los saberes ancestrales se reconocen como parte fundamental de la historia científica del país.
“Este conocimiento no es del pasado. Está vivo, se cultiva, se transmite, y sigue siendo central en la vida de muchas comunidades.”