lunes, mayo 5, 2025
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La tradición oral del campo:Jergas campesinas que mantienen viva la cultura rural

Hablar desde el campo es hablar con raíz. Las jergas campesinas, lejos de ser simples modismos, son expresiones cargadas de historia, sabiduría popular y formas propias de interpretar el mundo. En Colombia, donde más de 11 millones de personas habitan zonas rurales, el lenguaje oral sigue siendo un territorio fértil para la identidad cultural.

Desde tiempos coloniales, el habla rural colombiana se ha forjado en caminos de tierra, patios de cocina y trochas de montaña. Allí donde el libro tardó en llegar, el lenguaje se volvió herramienta de trabajo y herencia entre generaciones. Las jergas campesinas nacen de la cotidianidad con frases que nombran lo que no siempre se puede explicar; que orientan en el cultivo; que advierten en la cosecha; que alegran la jornada y que enseñan sin solemnidades. Se dicen, se entienden y se recuerdan, porque en ellas se conserva una pedagogía sin aula y una literatura sin tinta.

Expresiones como “a la topa tolondra”, para referirse a hacer algo sin plan; o “tener ñeque”, usada para describir a quien tiene fuerza y empuje, forman parte de un glosario vivo que cambia con el tiempo, pero mantiene su raíz. En veredas del Tolima, por ejemplo, se escucha “camello mata estudio” para ilustrar cómo el trabajo rural puede imponerse a la educación formal. En los mercados del Eje Cafetero alguien puede estar “más perdido que aguja en potrero”, mientras en zonas del Caribe se advierte “no dé papaya” para invitar a no bajar la guardia.

Estas expresiones tienen fuerza por su riqueza lingüística y por su capacidad de crear comunidad. Para muchos líderes educativos rurales, integrar el habla local a procesos pedagógicos es una forma efectiva de conectar con las realidades del territorio. Experiencias como las Escuelas Digitales Campesinas o los glosarios comunitarios promovidos por bibliotecas veredales han demostrado que cuando se parte del lenguaje cotidiano, el aprendizaje fluye con mayor naturalidad. En contextos de alta oralidad, las jergas actúan como puente entre el conocimiento ancestral y los nuevos procesos de formación.

Vale decir que es una oralidad que se palpa también en nuestras músicas campesinas (caribes, pacíficas, vallunas, caucanas, tolimenses, huilenses, llaneras…), con expresiones como “pescao envenenao” (meter cuento o engañar, de Choquibtown); “El que la tumbe la pagará” (juego con una botella, con clara connotación política, de la agrupación caucana “Puma Blanca”); “Me dejó con la traga del año” (lo que en otras latitudes se conoce como despecho, guayabo o tusa, de Darío Gómez); “Cachucha bacana” (gorra bonita, por Alejo Durán).

Como se puede ver, hablar del campo colombiano y de lo que significa ser campesino es pisar terrenos complejos, pues no nos podemos referir a identidad sino a identidades llaneras, vallunas, montañeras, costeras, selváticas…Y conservar estas jergas es reconocer que el campo colombiano tiene sus propias voces.

Voces que enseñan, que ríen, que critican y que no han dejado de nombrar la vida con sus propias palabras. En un país que se reconoce como pluriétnico y multicultural, valorar el habla campesina es un acto de memoria, respeto y futuro.

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