Tiempo Ordinario abarca unas 33 o 34 semanas del año litúrgico católico. Durante este tiempo, la Iglesia invita a reflexionar sobre Cristo, centro, fuente y cumbre de nuestra vida.
Por Nicolás Galeano
Cada tiempo litúrgico en la Iglesia es una oportunidad para meditar en torno a la vida del Señor y para acercar a los creyentes a una comunión cada vez más radical con Él, considerando que cada tiempo es un tiempo de gracia en el cual Dios sigue actuando en bien de su Iglesia y de todos sus fieles.
Dentro de la Iglesia hay un tiempo litúrgico llamado Tiempo Ordinario; ordinario no significa de poca importancia, sino que con este nombre se le quiere distinguir de los tiempos fuertes, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su preparación y su prolongación propias, es decir la Cuaresma y el Adviento. Es el tiempo más largo de la organización del año cristiano, ya que ocupa la mayor parte del año: 33 ó 34 semanas, de las 52 que hay.
El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay que pedir a Dios y buscarla con toda la ilusión en la vida diaria. Es en este tiempo donde se presenta a un Cristo maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre; un Cristo lleno de sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres; un Cristo que camina hacia el cumplimiento de la voluntad de su Padre, capaz de entregarse sin reservas a la humanidad. De esta misma forma, los creyentes en este Tiempo Ordinario deben buscar crecer y madurar en la fe, la esperanza y el amor, y, sobre todo, cumplir con gozo la voluntad de Dios. Esta es la gracia que se debe buscar e implorar a Dios durante el Tiempo Ordinario.
La tarea que el Tiempo Ordinario propone será simplemente crecer, crecer en las labores ordinarias: en el matrimonio, en la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones humanas. Crecer también en medio de los sufrimientos, éxitos, fracasos… El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios de la vida, es un ejercitarse en virtudes, crecer en santidad y por esto se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de gracia de Dios.