jueves, noviembre 21, 2024
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Carta del Campo: Los ancestrales forjadores de la independencia

Teniendo en cuenta la situación que atravesamos a causa de la pandemia, es importante recordar nuestras raíces y las luchas que buscan libertad.

Desde  hace más de 200 años  quienes  hoy recurren a los paros para defender sus derechos fueron los forjadores  de la independencia, fueron los que  acaudillados por Bolívar tejieron de gloria la Nación para dar cabida a la independencia.  Inicialmente, los aventureros de 1492 y después  en  nombre de la civilización dispusieron sus fusiles  para despojarlos de su vida y sus riquezas  a los indígenas de este continente de donde más tarde con ellos y los esclavos negros se daría la génesis de nuestro campesino, que  de otro lado  formo  al criollo y después al mestizo

Hoy, nuevamente el ánimo de lucha los acompaña para que se  les haga justicia. Sus reclamos a  través de la historia han  sido simples ecos en los oídos sordos de los políticos. Contra el maltrato protestan la razón y la espiritualidad de los dueños  aparentes de la tierra.

La  Colombia colonial pareciera no asomar a nuestra historia presente.  La colonia marcó la insatisfacción, la protesta y la inquietud revolucionaria de nuestra raza campesina acaudillada por el ímpetu libertador, raza producto de ese mestizaje que resistió y lo sigue haciendo y que es nuestro deber rescatar su  historia por razones de justicia ante su sufrimiento histórico.

Todavía en nuestras cordilleras resuenan las  pisadas de los ejércitos campesinos, se escucha el canto de independencia  y el grito revolucionario de paso de vencedores. Hoy campesinos, indígenas y afro descendientes reclaman lo que sus antepasados nos dieron con su valor y su sangre. La libertad.  Ellos exigen lo que por derecho les pertenece por la indiferencia de los gobernantes, usurpadores de sus derechos.

Para nadie es  una duda que estos hombres  generadores del pan de cada día les desconozcan sus derechos y justas peticiones. Y qué decir  de la carencia de los mínimos derechos fundamentales como a la salud, a una apropiada educación, a una mínima seguridad social, a una modesta vivienda y a una recreación que les  haga olvidar por poco tiempo la rudeza de su trabajo.  A ellos se les recuerda por la escasez o la carestía del alimento, ponerles un puente donde no existe río. Para ellos no existe una política agraria seria y estructurada y por el contrario  se les  oprime con los acuerdos de TLC.

De esas raíces provenimos en su mayoría los colombianos avergonzandose de ello, desconociendo la descendencia y el olor a tierra. Entonces no dudemos de nuestra extracción campesina y de la tradición del  hacha  y el machete que abrieron  caminos y fundaron pueblos, de la ruana para amortizar el frío de las oscuras noches y las frías mañanas, del carriel para guardar sus  sentimientos, sus ilusiones y esperanzas, de la mulera y el poncho cual banderas de paz, del bambuco con que conquistaron el corazón de la amada.

Que fácil olvidamos la memoria histórica, ella  ha sido flor de un día, ella la historia desapareció de los programas  de enseñanza para ser reemplazados por el olvido.  Con  Nariño y Bolívar el ejército de los desarrapados como alguien los tildara sin importar su origen familiar o racial  cual rebeldes con causa llevaron al país a la transformación social y política y en especial a la liberación de américa. Crisis, derrotas que al final se superaron cómo se está superando  la crisis  que hoy afrontan los hombres del azadón y la alpargata o del pie limpio tropezado por las piedras. Digamos que la lucha y  el tesón y la estirpe libertaria son un legado que han mantenido con sus valores, sus principios, su espiritualidad, sus costumbres auténticas que sellan con sus  heroicas jornadas de clamar justicia.

Las rabias del tiempo no han acabado  las duras faenas  de antaño y los incumplimientos del estado y los arrebatos de tantos terratenientes. Las exaltaciones por los derechos se alimentan de los  procesos históricos que dieron luz a la libertad. Y como pago  les hemos dado la indiferencia. Y como dijera el historiador Otto Morales Benítez  de ese mestizaje revolucionario y  que le dio vigor a un pueblo para levantar sus banderas en la cual ha confundido la dignidad del hombre… y añade y que ahora vuelve a  pedir a la existencia el derecho de reconstruir esa luz y de volver a tomar en sus manos esa bandera para seguir, en nuestra época. Librando batallas contra todo colonialismo, mental, económico y político.

De esa raigambre irrumpe el campesino colombiano, deprimido, olvidado pero con la profunda grandeza de la raza que conquistó la tierra de sus sueños labrada con sus manos ásperas oliendo a tierra por el golpe del azadón y el machete sembrando en ella  la semilla de la paz y recoger luego el pan de cada día para todos sus hermanos de la patria.

El hombre hace la historia y nuestras razas coloniales trazaron hasta nuestros días el curso de una  independencia. Pero  toda revolución se dice  tiene rostro de mujer y en esas luchas  contra el imperio español la mujer jugó un papel protagónico dentro  de un silencio prolífico. El ímpetu femenino estuvo presente en las batallas  proveyendo el alimento, haciendo de enfermeras, o ya surtiendo de armas al ejército y todo ese peregrinar pionero se hace más sublime con  el compartir del proyecto libertario asumiendo con heroísmo su papel de compañera fiel y madre de los hijos.

Ante los paros y reclamos y los acuerdos se espera una solución justa que comprenda cambios en las estructuras del estado y de las  instituciones que están relacionadas con las políticas agrarias. Pero el cambio no debe ir solo a las estructuras, sino a quienes las dirigen y tendrá sentido cuando  los dirigentes modifiquen también sus conductas y acciones personales pues de lo contrario la situación seguirá igual como un nunca acabar  y volverán los paros y reclamos.

Vuelven  nuevamente a la palestra nacional los ancestros  forjadores de luchas y en ese regreso dispuestos a enfilar sus baterías revolucionarias para conquistar su independencia de las nuevas colonias estatales y del extranjero, de empresarios y políticos que les están pisoteando sus derechos, sus principios y valores. Indígenas. Negros, mestizos, campesinos y raizales no pueden ceder  a sus derechos, no pueden ceder espacios ya  conquistados. Las armas sociales que antaño nos dieron la independencia  surgen en unidad de lucha, en unidad de patria, en unidad de formas de integración, de diálogos, de estrategia.

Estos esbozos de los que nos dieron la libertad con su sangre, han sido tratados hasta el límite con la indiferencia y el trato humillante enmarcado con la muerte y el sometimiento y la negociación como personas que aún persisten dentro de un destino trágico del Trato letal  campesino  (tlc). Es vital resaltar  su culto. Sus luchas y logros persisten como testimonio de supervivencia.

Paros, reclamos, denuncias  de los sectores sociales del país como por ejemplo el de los campesinos, camioneros y otros es un llamado  que nos inmiscuimos en la contienda política como un deber social de participación para el bien común. Muchos eluden este vínculo  en consideración disque a la corrupción de la política, pero es que lo corrupto no es la política sino aquellos  profesionales que hacen de ella  el modus vivendi para sus propios fines. Con qué lucidez enjuiciamos a políticos y a la política pero a escondidas, sin tener en cuenta que somos responsables de lo que juzgamos acomodando nuestra conciencia  al dejar hacer, al dejar pasar.

El campesino Colombiano, el indígena y el afro descendiente son la génesis de este país a quienes les hemos usurpado sus bienes y desconocidos sus derechos que no han tenido reposo en el tiempo y siguen bajo el yugo  despótico sometidos a capa y espada por un estado que no reconoce sus reclamos o que si lo hace es para disimular sus mentiras o decir que no hay paros y después proclamar que tienen razón. Quien lo entendiera, suena cantinflesco pero es la realidad pues las soluciones siguen esperando y la historia continúa hasta que vengan las elecciones  para seguir prometiendo por sus votos ese puente donde no hay río.

Por: Mariano Sierra. Habitante rural.

 

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