Desde hace más de 200 años quienes hoy recurren a los paros para defender sus derechos fueron los forjadores de la independencia, fueron los que acaudillados por Bolívar tejieron de gloria la Nación para dar cabida a la independencia. Inicialmente, los aventureros de 1492 y después en nombre de la civilización dispusieron sus fusiles para despojarlos de su vida y sus riquezas a los indígenas de este continente de donde más tarde con ellos y los esclavos negros se daría la génesis de nuestro campesino, que de otro lado formo al criollo y después al mestizo
Hoy, nuevamente el ánimo de lucha los acompaña para que se les haga justicia. Sus reclamos a través de la historia han sido simples ecos en los oídos sordos de los políticos. Contra el maltrato protestan la razón y la espiritualidad de los dueños aparentes de la tierra.
La Colombia colonial pareciera no asomar a nuestra historia presente. La colonia marcó la insatisfacción, la protesta y la inquietud revolucionaria de nuestra raza campesina acaudillada por el ímpetu libertador, raza producto de ese mestizaje que resistió y lo sigue haciendo y que es nuestro deber rescatar su historia por razones de justicia ante su sufrimiento histórico.
Todavía en nuestras cordilleras resuenan las pisadas de los ejércitos campesinos, se escucha el canto de independencia y el grito revolucionario de paso de vencedores. Hoy campesinos, indígenas y afro descendientes reclaman lo que sus antepasados nos dieron con su valor y su sangre. La libertad. Ellos exigen lo que por derecho les pertenece por la indiferencia de los gobernantes, usurpadores de sus derechos.
Para nadie es una duda que estos hombres generadores del pan de cada día les desconozcan sus derechos y justas peticiones. Y qué decir de la carencia de los mínimos derechos fundamentales como a la salud, a una apropiada educación, a una mínima seguridad social, a una modesta vivienda y a una recreación que les haga olvidar por poco tiempo la rudeza de su trabajo. A ellos se les recuerda por la escasez o la carestía del alimento, ponerles un puente donde no existe río. Para ellos no existe una política agraria seria y estructurada y por el contrario se les oprime con los acuerdos de TLC.
De esas raíces provenimos en su mayoría los colombianos avergonzandose de ello, desconociendo la descendencia y el olor a tierra. Entonces no dudemos de nuestra extracción campesina y de la tradición del hacha y el machete que abrieron caminos y fundaron pueblos, de la ruana para amortizar el frío de las oscuras noches y las frías mañanas, del carriel para guardar sus sentimientos, sus ilusiones y esperanzas, de la mulera y el poncho cual banderas de paz, del bambuco con que conquistaron el corazón de la amada.
Que fácil olvidamos la memoria histórica, ella ha sido flor de un día, ella la historia desapareció de los programas de enseñanza para ser reemplazados por el olvido. Con Nariño y Bolívar el ejército de los desarrapados como alguien los tildara sin importar su origen familiar o racial cual rebeldes con causa llevaron al país a la transformación social y política y en especial a la liberación de américa. Crisis, derrotas que al final se superaron cómo se está superando la crisis que hoy afrontan los hombres del azadón y la alpargata o del pie limpio tropezado por las piedras. Digamos que la lucha y el tesón y la estirpe libertaria son un legado que han mantenido con sus valores, sus principios, su espiritualidad, sus costumbres auténticas que sellan con sus heroicas jornadas de clamar justicia.
Las rabias del tiempo no han acabado las duras faenas de antaño y los incumplimientos del estado y los arrebatos de tantos terratenientes. Las exaltaciones por los derechos se alimentan de los procesos históricos que dieron luz a la libertad. Y como pago les hemos dado la indiferencia. Y como dijera el historiador Otto Morales Benítez de ese mestizaje revolucionario y que le dio vigor a un pueblo para levantar sus banderas en la cual ha confundido la dignidad del hombre… y añade y que ahora vuelve a pedir a la existencia el derecho de reconstruir esa luz y de volver a tomar en sus manos esa bandera para seguir, en nuestra época. Librando batallas contra todo colonialismo, mental, económico y político.
De esa raigambre irrumpe el campesino colombiano, deprimido, olvidado pero con la profunda grandeza de la raza que conquistó la tierra de sus sueños labrada con sus manos ásperas oliendo a tierra por el golpe del azadón y el machete sembrando en ella la semilla de la paz y recoger luego el pan de cada día para todos sus hermanos de la patria.
El hombre hace la historia y nuestras razas coloniales trazaron hasta nuestros días el curso de una independencia. Pero toda revolución se dice tiene rostro de mujer y en esas luchas contra el imperio español la mujer jugó un papel protagónico dentro de un silencio prolífico. El ímpetu femenino estuvo presente en las batallas proveyendo el alimento, haciendo de enfermeras, o ya surtiendo de armas al ejército y todo ese peregrinar pionero se hace más sublime con el compartir del proyecto libertario asumiendo con heroísmo su papel de compañera fiel y madre de los hijos.
Ante los paros y reclamos y los acuerdos se espera una solución justa que comprenda cambios en las estructuras del estado y de las instituciones que están relacionadas con las políticas agrarias. Pero el cambio no debe ir solo a las estructuras, sino a quienes las dirigen y tendrá sentido cuando los dirigentes modifiquen también sus conductas y acciones personales pues de lo contrario la situación seguirá igual como un nunca acabar y volverán los paros y reclamos.
Vuelven nuevamente a la palestra nacional los ancestros forjadores de luchas y en ese regreso dispuestos a enfilar sus baterías revolucionarias para conquistar su independencia de las nuevas colonias estatales y del extranjero, de empresarios y políticos que les están pisoteando sus derechos, sus principios y valores. Indígenas. Negros, mestizos, campesinos y raizales no pueden ceder a sus derechos, no pueden ceder espacios ya conquistados. Las armas sociales que antaño nos dieron la independencia surgen en unidad de lucha, en unidad de patria, en unidad de formas de integración, de diálogos, de estrategia.
Estos esbozos de los que nos dieron la libertad con su sangre, han sido tratados hasta el límite con la indiferencia y el trato humillante enmarcado con la muerte y el sometimiento y la negociación como personas que aún persisten dentro de un destino trágico del Trato letal campesino (tlc). Es vital resaltar su culto. Sus luchas y logros persisten como testimonio de supervivencia.
Paros, reclamos, denuncias de los sectores sociales del país como por ejemplo el de los campesinos, camioneros y otros es un llamado que nos inmiscuimos en la contienda política como un deber social de participación para el bien común. Muchos eluden este vínculo en consideración disque a la corrupción de la política, pero es que lo corrupto no es la política sino aquellos profesionales que hacen de ella el modus vivendi para sus propios fines. Con qué lucidez enjuiciamos a políticos y a la política pero a escondidas, sin tener en cuenta que somos responsables de lo que juzgamos acomodando nuestra conciencia al dejar hacer, al dejar pasar.
El campesino Colombiano, el indígena y el afro descendiente son la génesis de este país a quienes les hemos usurpado sus bienes y desconocidos sus derechos que no han tenido reposo en el tiempo y siguen bajo el yugo despótico sometidos a capa y espada por un estado que no reconoce sus reclamos o que si lo hace es para disimular sus mentiras o decir que no hay paros y después proclamar que tienen razón. Quien lo entendiera, suena cantinflesco pero es la realidad pues las soluciones siguen esperando y la historia continúa hasta que vengan las elecciones para seguir prometiendo por sus votos ese puente donde no hay río.
Por: Mariano Sierra. Habitante rural.