NOANAMÁ, Colombia – Una mañana lluviosa de noviembre en lo más hondo de la selva de Chocó al oeste de Colombia, los combatientes rebeldes del Ejército de Liberación Nacional (ELN) se repartían en un campo de fútbol fangoso en grupos de ocho para realizar su entrenamiento diario. Los rebeldes practicaban con palos en lugar de pistolas para evitar que se atascaran con el barro y llevaban pantalones de vestir en lugar de uniforme.
Desde lejos parecía un partido de béisbol, pero en realidad los combatientes entrenaban porque la guerra podría estar a punto de estallar. Otra vez.
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Un líder del frente Che Guevara que utiliza el alias de “Yerson” se sentaba cerca mientras sus compañeros acababan el entrenamiento matutino y culpaba a la élite de Colombia por el continuo conflicto. Llevaba atuendo militar y una boina con una imagen roja del Che Guevara.
Noanamá es hogar de alrededor de 800 campesinos afrodescendientes y está rodeada de una copiosa y verde selva. A pesar de su paisaje esplendoroso, es imposible no ver la contaminación: la ciudad y el río están regadas de basura y, por ello, sus habitantes ya casi no pescan.
Los habitantes locales solían pescar, cazar y talar en esa región con métodos tradicionales, pero la expansión de la coca y la fiebre del oro cambiaron sus vidas de forma irrevocable y transformaron su cultura y su dieta, además de contaminar el ambiente. Ahora plantan cultivos de coca para tener ingresos y pancoger para sustento.
El joven líder de la comunidad Noanamá, al que llaman indio, explicó en una tarde de calor sofocante cómo cada familia cultiva menos de una hectárea de coca.
“Además de la minería, ese es nuestro único ingreso”, dijo. No obstante, explicó, el precio de mercado de la coca ha caído drásticamente en el último año, en parte por un auge de la coca. Eso ha hecho que sea más difícil comprar productos básicos, que tienen que ser importados a través del río a precios elevados.
Por: Martín León. Estudiante de Escuelas Digitales Campesinas.