Falleció hace pocos días, a la edad de 86 años, el economista y ecologista chileno alemán, Manfred Max-Neef, distinguido en 1983 con el Right Livelihood Award, considerado el premio nobel alternativo de economía. Hoy no podemos pasar por alto su legado, que se podría resumir con esta contundente frase: El mundo necesita con urgencia de un desarrollo a escala humana, que parte de la premisa según la cual el centro deben ser las personas, no los objetos.
Max Neef, quien ofició como rector, profesor titular, catedrático y profesor emérito de la Facultad de Ciencias Económicas y Administrativas de la Universidad Austral de Chile, inscribió casi todas sus investigaciones alrededor de este postulado: “El mejor proceso de desarrollo será aquel que permita elevar más la calidad de vida de las personas”.
Por ello insistió en que más allá de medir el desempeño económico a partir del famoso y muchas veces indiscutido Producto Interno Bruto (PIB), referido a la producción general de bienes y servicios de un país, era indispensable identificar y poner en marcha indicadores sobre el crecimiento cualitativo de las personas.
Le puede interesar: ¿Qué son y cómo funcionan los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial?
En ese marco de reflexión y de acción, propuso apelar a dos criterios posibles de división: según categorías existenciales y categorías axiológicas, éstas últimas encaminadas a estudiar el valor de las cosas. Según sus propias palabras, esa combinación permite reconocer, “por una parte, las necesidades de Ser, Tener, Hacer y Estar; y, por la otra, las necesidades de Subsistencia, Protección. Afecto, Entendimiento, Participación, Ocio, Creación, Identidad y Libertad”.
Nótese cómo Max Neef ponía el énfasis en este punto clave para promover el verdadero desarrollo de nuestras sociedades: la urgencia de un cambio cultural, con cuestionamientos a la mentalidad consumista que tanto promueve el neoliberalismo.
En otras palabras, de lo que se trata es de pensar en las formas como buscamos satisfacer nuestras necesidades y de preguntarnos si tiene o no sentido un modelo de desarrollo que privilegia el “todo vale” o la ley de la fuerza y del poder irracional, en el que priman los artefactos, los objetos, la competitividad y el éxito a ultranza, sobre el ser humano. De ahí que repitiera con insistencia: “ Ése es el juego en que estamos: Destruir culturas para establecer economías ; y ése es el juego que nuestros países alegremente están siguiendo”.
Y de allí nos planteaba estas preguntas, tan vigentes pese al paso de los años que aún zumban en nuestros oídos, como una “nube de mosquitos”:
¿Más que preguntarnos por un crecimiento cuantitativo de la economía, no deberíamos preguntarnos si ese crecimiento per se va a resolver los problemas de fondo que pretendemos resolver? ¿Luego el problema de fondo no es el bienestar de la gente de carne y hueso?
¿Qué ha pasado, entonces, con nosotros, como seres humanos, en nuestros países? ¿Por qué esto es, en parte, así y qué puede aportar cada uno de nosotros para resolverlo?
Por: Juan Carlos Pérez Bernal.