sábado, diciembre 14, 2024
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#Opinión: Sembrando valores, cosechando democracia y libertad

Con este artículo, me gustaría presentar una pequeña reflexión sobre la importancia de la democracia. En muchas ocasiones hablamos de democracia, y no nos paramos a pensar de la importancia de ésta, y éste es el primer problema.

La democracia es como el alma para las personas, dado que una sociedad que no tiene democracia languidece hasta acabar en una situación dramática que puede derivar en un escenario de guerra y violencia.

La democracia, son las raíces de la libertad; sin democracia es muy difícil que exista ésta; pero la democracia no es una condición que surja naturalmente, los países deben aprender a vivir en democracia, y para ello se deben propiciar unas condiciones de paz, convivencia y respeto; es lo que se denominan valores cívicos; es decir, principios básicos que dan las condiciones para que una sociedad pueda vivir democráticamente. Permitirme, que a través de una pequeña historia pueda explicarme sobre cuál es la importancia de tener democracia y libertad en un país.

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Cuentan que, en un reino lejano, había un rey caprichoso y egoísta. Este monarca, autoritario, cuando veía que su pueblo hacía cosas que no le agradaban, se oponía a ello y las prohibía. Por ejemplo, si su pueblo deseaba escuchar una música que a él no le gustaba, inmediatamente lo prohibía; si sus ciudadanos deseaban vestir de una manera que a él no le agradaba, perseguía a aquellos que llevaban esos ropajes; si sus conciudadanos decidían hacer una fiesta y él estaba aburrido y no deseaba que la gente estuviera alegre, llevaba a sus soldados a apresar a aquellos que querían divertirse con esas festividades. Era tan autoritario, que cualquier situación que no fuera dictada por él, la erradicaba inmediatamente, imponiendo un duro castigo a aquellos que osaban contravenirle.

Un buen día llegó al reino un hechicero; al conocer la presencia del mago en su país, el rey le llamó ante su presencia. El monarca, interesado ante las proezas que se contaban sobre él quiso retarle. El gobernante le preguntó al brujo cuan grande era su poder y éste le dijo que podía concederle el deseo que él quisiera. Así que el rey pensando que deseaba en ese momento le dijo al hechicero: “tengo una carrera de caballos la semana entrante en la que participan los reyes de todos los países de la región, y quiero que mi corcel sea el ganador de la competición”.

El mago le respondió: “eso es sencillo, yo haré que tu caballo corra como si tuviera alas, pero a condición de que me de el premio que gane”. El monarca, escéptico de los poderes del hechicero aceptó; llegó el día de la carrera y el corcel del rey fue el más rápido y a pesar que había otros pura-sangre que parecían más aptos para la victoria, contra pronóstico, el monarca ganó la competición.

Tras el evento, el hechicero fue ante la presencia del rey para reclamar el premio. Al verle, el monarca le dijo: “cómo puedo saber que has sido tú el que hizo que ganara, quien corrió fui yo y por tanto el premio es para mí”. El brujo al escuchar estas palabras egoístas del gobernante, le lanzó una maldición diciéndole: “cada vez que impongas tus caprichos, los habitantes de tu reino se irán haciendo más pequeños hasta que finalmente desaparezcan”. Y tras espetar estas palabras, el mago desapareció.

La vida siguió en el reino, y su monarca continuó con su actitud imperativa, y privando a su pueblo de la libertad de hacer lo que quería, y tal y como dijo el mago, su pueblo empezó a menguar. Un buen día, dando un paseo con su carruaje, el rey observó con estupor como su pueblo era más pequeño de lo normal; pero sin dar importancia a esta circunstancia, el gobernante, siguió actuando de la misma manera. Les seguía privando de la libertad de comer lo que quisieran, de cantar las canciones que no agradaban al rey, de escribir historias que no le gustasen, etc. Por fin, sus habitantes eran tan pequeños que casi no se veían, y el rey por fin se dio cuenta que ya no había remedio; intentó cambiar, pero ya era demasiado tarde, y su pueblo finalmente desapareció y se quedó solo sin reino. Tuvo la posibilidad de ser justo y evitar la maldición del hechicero, pero prefirió imponer sus deseos de manera autoritaria, hasta que su pueblo se esfumó sin remisión.

Esta historia inocente, muestra como cuando un gobierno impone sus decisiones de manera despótica, su país se hace más pequeño; quizás no físicamente como en el cuento, pero sí en sus libertades, y la sociedad mengua en su felicidad y autonomía. Por esta razón, quería ilustrar con esta historia la importancia de que una nación tenga libertad, y para ello es fundamental que exista democracia. La democracia da la posibilidad de que una sociedad se exprese libremente, y se opongan a un gobernador despótico, que tenga en sus manos el destino de su país, y que entre todos puedan tomar las mejores decisiones para su futuro como pueblo y nación.

Pero como decía antes, la democracia no es innata a los pueblos; los ciudadanos deben construirla cada día, promoviendo el respeto, la solidaridad, la convivencia, y sobre todo la paz, que es condición esencial para que la democracia exista. Un país azotado por la violencia jamás logrará vivir en democracia. En Colombia, tras muchos años de duro conflicto, donde el campo, las zonas rurales de este bello país, han sufrido las que más, ahora empezamos a ver la esperanza de una sociedad en paz. Pero el camino de la democracia no es fácil y empieza desde la base, y hay que construirse desde el presente para que exista un futuro en que podamos convivir pacíficamente. Por esta razón debemos sembrar valores para cosechar libertad, y nuestras semillas, son nuestros hijos, lo niños y jóvenes de Colombia.

Por esta razón, ACPO con el apoyo de la Embajada de Bélgica y la Registraduría, a través del proyecto Valores Cívicos y Democráticos, trabaja para que los hijos de la nación colombiana sean la siembra de paz y convivencia que el día de mañana nos dé el fruto de una democracia fuerte, y así podamos recolectar una paz próspera y duradera en este país.

La inocencia de los niños y los jóvenes, es la mejor tierra donde cultivar los valores democráticos; los niños no tienen prejuicios ni pasado, solo esperanza y futuro, y es a ellos a los que tenemos que mostrar el camino para que no hagan los mismos errores que hemos cometido nosotros.

Con su ilusión crecemos todos, con su alegría nosotros volvemos a nacer, y por ello es en ellos donde debemos posar todas nuestras esperanzas, para que el fututo sea mejor que el presente que vivimos y mucho mejor que el pasado que sufrimos. Sigamos construyendo la paz y la democracia, y que, en Colombia, y en todas sus tierras, crezca la paz, la democracia y la libertar, para que cosechemos un futuro próspero y de felicidad para todos sus ciudadanos.

Por: Carlos Ruiz Sáenz. Equipo Editorial El Campesino.

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