Cuando Arturo Cova se interna en la selva para abandonar la ciudad, lo hace de la mano de Alicia y espera encontrar un camino destinado a la poesía solitaria. Lo que encuentra no es la paz de los campos, ni el verde de las praderas, se tropieza con una manigua dura y violenta que mastica y escupe todo lo que se come, incluso a los seres humanos.
La Vorágine se publicó en 1924 y fue escrita por el escritor colombiano José Eustacio Rivera. La narración es la historia de un viaje al corazón de la selva, pero también al infierno humano de la explotación cauchera, a la esclavitud de los indígenas y a la crueldad extrema del mundo colonizado por las industrias extranjeras.
Cova se desprende de Alicia y se deja habitar por la deshumanización del contexto que lo rodea, es consciente del infierno y acepta la apuesta de conocerlo, deja su equipaje e inicia un viaje sin retorno. La selva comienza abrirse para los ojos de los lectores, el calor y la humedad recorren las páginas y se siente en el ambiente de aquel que decide jugar su corazón a la Violencia: “Bajo la gloria del alba hendieron el aire los pito chillones, las garzas morosas como copos flotantes, los loros esmeraldinos de tembloso vuelo, las guacamayas multicolores.”
Y es allí donde la voz refundida del poeta Cova transita por entre los árboles y los pájaros, todo parece pesado, todo se presenta a través del velo oscuro de la selva. Los pobladores con los que se encuentra Cova, son como la manigua, enredados, quietos, a la expectativa de cualquier movimiento.
El caminar de Cova, también se llena de palabras nuevas, signos que nombran cosas desconocidas para la ciudad pero que son el corazón de las caucheras y de los campesinos: “Ya sabíamos lo que era una “mata”, un “caño”, un “zular” y por fin Alicia conoció los venados.” Ese poeta venido de la ciudad, lleno de conocimientos y de versos, se convierte en un hombre que ignora aquello que está bajo sus pies y frente a sus ojos.
Aprendió otra ley distante de la divina y de la humana que se consigna en grandes libros más cercanos al mundo de los muertos que al mundo de los vivos. En la selva, esa moral bendecida por las creencias, se rompía para tener la forma de la vida misma: “Por lo demás, los hijos, legítimos o naturales, tenían igual procedencia y se querían lo mismo. Cuestión del medio. En Casanare así acontecía.”
Las injusticias, el colono que se aprovecha de las necesidades de los indígenas, el patrón invisible que es protegido por las fuerzas del Estado, el desamor y las pasiones, todo eso rodea a Cova quien encuentra en la selva y los llanos un pedazo de patria desconocido, oculto y violento.
La Vorágine es el retrato de ese país que espera detrás de los árboles, que aguarda justicia debajo de la tierra y que produce dolor, violencia y temor. Sin embargo, Cova decide apostarle a un gramo de justicia y en vez de encontrar la verdad total, se encuentra a sí mismo: “¡Lloré por mis aspiraciones engañadas, por mis ensueños desvanecidos, por lo que no fui, por lo que ella no seré jamás!”.
Cuantos de nosotros hemos llorado por nosotros mismos frente al dolor de los otros.
Por: Diana Paola Guzmán. Equipo editorial El Campesino.