viernes, noviembre 22, 2024
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Ángela de la Cruz, un modelo de santidad para el siglo XXI

Ángela de la Cruz, un modelo de santidad para el siglo XXI
Por: ACPO

Ángela asombraba por sus virtudes a cuantos la conocían

Ángela Guerrero González, Sor Ángela de la Cruz, Madre de los pobres nació en Sevilla el 30 de enero de 1846. Hija de padres honrados y pobres.

Su padre José Guerrero había venido a Sevilla, de Grazalema, pueblo de la serranía de Ronda, entre aquellas hondadas de emigrantes a las grandes ciudades en busca de mejor colocación, que suelen acompañar al desarrollo de la civilización industrial.

Casado en Sevilla con la joven Josefa González, cuyos padres eran procedentes de Sevilla (Arahal y Zafra). Los dos esposos llegaron a tener hasta catorce hijos, de los cuales solo seis, tres hijos y tres hijas, sobrevivieron hasta edad adulta. Ambos trabajaban para el convento de los Padres Trinitarios, poco distante de la calle Santa Lucía, 13 donde ellos tenían su casa cuando nació Angelita. El padre hacía de cocinero y la madre lavaba, cosía y planchaba la ropa de los frailes. La niña fue bautizada en la parroquia de Santa Lucía, el 2 de febrero con el nombre de María de los Ángeles, pero para los que la conocen será siempre Angelita.

El padre, hombre aficionado a la lectura de libros piadosos, se hizo querer y respetar de sus hijos. En el barrio tenía buena estimación. Llevará consigo a la niña, aún pequeña, a los rosarios de la aurora. La madre bondadosa, vivaracha, imaginativa, como buena sevillana, trabajadora y limpia, tenia a su cuidado un altar de la parroquia, lo cual facilitará a la niña Angelita entrar con frecuencia en la iglesia y postrarse a los pies de la Virgen de la Salud, donde la encontraban de niña rezando de rodillas.

En su casa aprendió los buenos ejemplos de piedad, pero también el celo de su madre, que cuidaba con sus pocos recursos que fueren bautizados cuanto antes los niños pobres del barrio, haciendo de madrina de muchos. En una habitación de la casa ponía un altar a la Virgen en el mes de mayo, y allí se rezaba el rosario y se obsequiaba particularmente al Virgen.

Su padre murió pronto. Sin embargo la madre llegara a ver la obra de su hija, y las Hermanitas de la Cruz la llamaran con el dulce nombre de «la abuelita» y quedaran admiradas de las muchas virtudes que florecían en el jardín de su alma. Ella supo trasplantarlas al jardín del alma de su hija Ángela. Se dice que un día, siendo aun muy pequeña, desapareció y todos la buscaron. Todos menos su madre que enseguida adivinó donde estaba: en la iglesia. Allí la encontraron rezando y recorriendo los altares. Ya mayor dirá: «Yo, todo el tiempo que podía, lo pasaba en la iglesia, echándome bendiciones de altar como hacen las chiquillas».

Angelita fue siempre bajita, vivaz y expresiva. A los ocho años hizo su primera comunión. A los nueve fue confirmada. asistiendo pocos años a la escuela, como era habitual por aquel entonces entre las niñas pertenecientes a su clase social, aprendió los elementos de gramática, cuentas, leer y escribir lo suficiente para comunicarse. Ángela, que crecía en un piadoso ambiente familiar, pronto daría cumplidas pruebas de bondad natural. Ya de joven, nadie osaba hablar mal o pronunciar blasfemias en su presencia. Si hablaban algo menos puro, al verla llegar, decían, cambiando de conversación: «Callad, que viene Angelita».
Llegada a la edad de poder trabajar sus padres la colocaron como aprendiz en un taller de zapatería desde los 12 años para contribuir a la economía familiar, allí permaneció hasta los 29 de forma casi ininterrumpida, con todas las garantías para que en el mundo del trabajo no perdiera su inocencia y virtud cristiana. La maestra de taller doña Antonia Maldonado, era dirigida espiritual del canónigo don José Torres Padilla, que tenía en Sevilla fama de preparar santos, le llamaban «el santero» por el tipo de personas que con él se confesaban y dirigían. Con él pondrá en contacto doña Antonia a la ferviente discípula Angelita Guerrero. Allí se organizaba el rezo del rosario entre las empleadas diariamente y se leían las vidas de santos.
Cuando Angelita conoció al Padre Torres Padilla tenía 16 años. Tres años después pedirá su entrada como lega en el convento de las Carmelitas Descalzas del barrio de Santa Cruz. No la consideraron con la salud y energías físicas suficientes para los trabajos de lega y no la admitieron en el convento.
De 1862 a 1865, Ángela, que asombra por sus virtudes a cuantos la conocen, reparte su jornada entre su casa, el taller, las iglesias donde reza y los hogares pobres que visita.

Por aquel tiempo se declaró la epidemia de cólera en Sevilla y Angelita tuvo ocasión, bajo la dirección del Padre Torres, de emplearse con generosa entrega la servicio de los pobres enfermos hacinados en los corrales de vecindad, las victimas más propicias de esa enfermedad. Ángela se multiplica para poder ayudar a estos hombres, mujeres y niños castigados tan duramente por la miseria. Y en ese mismo año pone en conocimiento de su confesor, el padre Torres, su voluntad de «meterse a monja».

Vocación

Sus deseos de vivir sólo para Dios y para el servicio, en una consagración total de su persona en la vida religiosa aumentaban.

Bajo el consejo del Padre Torres intentó hacer el postulado en el hospital de las Hijas de la Caridad de Sevilla. Lo comenzó en el año 1868. Y, aunque su salud era precaria, las religiosas hicieron esfuerzos por conservarla, procurando enviarla a Cuenca y a Valencia para ver si se fortalecía.

Siendo novicia, tuvieron que enviarla a Sevilla para probar de nuevo con sus aires natales; pero todo fue inútil, sus vómitos frecuentes no le permitían retener la comida. Tuvo que salir del noviciado. Y, lo más doloroso para ella es que todo esto sucedía cuando su director, el Padre Torres, se encontraba en Roma, como consultor teólogo del Concilio Vaticano I.

En su casa la acogieron de nuevo con gran cariño, y en poco tiempo el señor permitió que recobrar su salud. También volvió al taller de zapatería.
Regresó pronto el Padre Torres, al tener que suspenderse el Concilio en 1870. también él la acogió con todo cariño y continuo guiándola por los caminos difíciles por los que dios quería conducirla. Ambos preveían que Dios la quería para algo que no adivinaban aún.

El 1 de noviembre de 1871 Angelita prometió en un acto privado , a los pies de Cristo en la Cruz, vivir conforme a los consejos evangélicos.

En 1873 tendrá la visión fundamental que le definirá su carisma en la Iglesia: subir a la Cruz, frente a Jesús, del modo más semejante posible a una criatura para ofrecerse víctima por la salvación de sus hermanos los pobres. Bajo la guía y mano firme de su director espiritual, irá recibiendo de Dios los caracteres específicos del Instituto que dios deseaba por su medio inaugurar en la Iglesia:

La Compañía de las Hermanas de la Cruz.

Ella siguió trabajando en el taller como «zapaterita», a la vez que, por encargo de su padre espiritual, dedicaba su tiempo libre a recoger las luces que Dios le daba sobre su vocación y futuro Instituto, hasta que recibió la orden de dejar el taller y dedicar todo su tiempo a la fundación.

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