viernes, noviembre 22, 2024
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Parábolas de hoy: Conducta irreprochable

Irreprochable mujer cuidó de su verdugo cuando éste cayó gravemente enfermo. No lo desamparó hasta el día de su muerte.

 

Por Daniel Almanza

En cierta ocasión una mujer fue desalojada de sus tierras por los problemas de violencia que se vivían en aquella región. Emigró a la gran ciudad en busca de una mejor vida pero, aunque las ganas no faltaron, fue bastante difícil acoplarse al ritmo frenético de la ciudad. Pero luego de un tiempo, la guerra se convirtió en paz y ella decidió de nuevo poner rumbo a aquellas tierras que por derecho le correspondían, pero al llegar se encontró con la sorpresa de que sus tierras estaban habitadas por grandes políticos  de la región.

Decidió entonces ponerse al servicio de sus nuevos patrones y trabajar en la tierra que un día fue de ella; paradójicamente se ganó la confianza de los nuevos dueños siendo la mano derecha para las labores de la casa y el campo. Pero luego de un tiempo, el dueño de la tierra, que años atrás fue de ella, cayó gravemente enfermo  y esta mujer cuido de él sin resentimiento alguno y en uno de estos cuidados aquella mujer preguntó al dueño por sus temores, contestando bastante agobiado que la muerte era su mayor temor.

El político inmediatamente devolvió la pregunta a la mujer y la respuesta de ella no fue la muerte; sino, contestó, que su mayor temor era ponerle la cara a Dios el día que la llamara ya que sabía que a lo largo de su vida había muchas cosas que no había hecho bien y que no agradaban a Dios.

Después de esta respuesta el Señor se echó a llorar reconociendo que se había apropiado de algunas tierras que eran de algunos desplazados años anteriores y decidió como muestra de arrepentimiento, poner la casa en donde se encontraba en manos de aquella mujer que cuido de él y que en lo secreto era la verdadera dueña de la tierra.

El llamado a obrar rectamente 

Sin duda alguna llega un momento en la vida en que debemos preguntarnos aquello que hemos hecho o dejado de hacer en la misma y en beneficio de los demás, reconociéndonos como seres caducos e imperfectos que necesitamos de la misericordia de Dios para poder obrar de la mejor manera.

Por tal motivo y aceptando la misión que Dios no ha dado en este mundo, estamos llamados a obrar rectamente y a pedir la gracia de Nuestro Señor para que podamos dar frutos buenos a lo largo de nuestra existencia.

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