Más de 115 mil habitantes del litoral pacífico Chocoano se ven afectados por el paro del puerto más importante de Colombia “es increíble que pueblos tan productivos como Bahía Solano, Pizarro y Nuquí, que al pasar de los años dependan en más de un 90% de la movilidad del puerto de Buenaventura”, expreso el señor alcalde de Nuquí, Everto López Perea.
Elcampesino.co realizó una entrevista a Don Edgar, un agricultor Nuquiseño retirado, quien nos contó su historia en el marco de la siguiente pregunta: ¿qué pasó con la agricultura de la costa pacífica, en esta época que tanto se necesita?
“Vea señor periodista me da nostalgia, pero le voy a contar, yo soy Edgar Córdoba Gil, tengo 73 años y desde los 20 años yo era uno de los agricultores del arroz más grandes de Nuquí.
Éramos exportadores al puerto de Buenaventura, cada 15 días salíamos en una embarcación a vela con capitán y tres marineros, llegábamos a puerto después de 9 días de soportar el clima y a expensas del viento, con arroz, coco, plátano y cacao, no alcanzábamos a tocar tierra, cuando cantidad de gente nos llegaba a nuestro pequeño barco y en menos que canta un gallo sa… vendíamos nuestros productos cultivados con nuestras manos y en nuestra tierra.
Con el producto de las ventas comprábamos la ropa, sabanas, y cositas, como jabón, cigarrillos, presentes para las mujeres y confites para los niños; y claro, guardábamos plata para el próximo viaje.
Y vea señor, ahora ni arroz, porque esas grandes industrias acabaron con nosotros los campesinos cultivadores de arroz. En nuestras costas a la gente ya le gustó más el arroz limpio, porque el de nosotros traía un poquito de afrecho y piedritas claro era arroz pilao y trillado artesanalmente. Los grandes molinos de Ecuador y del Huila empezaron a traer ese arroz empacado y la gente dejó de comprar, y con el tiempo dejo de sembrar.
Los pilones, las trilladoras y las manos de nuestras mujeres dejaron de funcionar, el salitre de nuestro mar de Balboa se encargó del resto, las trilladoras metálicas fueron encorvándose por la sal marina, hasta que fueron tragadas por la fuerza del rio como si la naturaleza para evitarnos el recuerdo hubiera decidido ocultarlas; otra cosa, comíamos muy sano, todo el abono era de la tierra y para la tierra, como dicen ahora orgánico, vivíamos sanos, ahora con tanta cosa química que le echan a las plantas quien sabe que estaremos comiendo.
Hoy con 18 días de paro no tenemos arroz para comer, combustible para ir a pescar, nos convertimos en unos seres que sin el puerto no vivimos, hay que retomar con los jóvenes en el colegio, hay que volver a la tierra. Si nos invitan a enseñar, nosotros los más experimentados en el arte de la agricultura, podemos aportar conocimientos de cómo sembrar y sacarle los mejores frutos a esta tierra.
Yo todavía tengo fuerzas para sembrar y enseñar bien a los muchachos sobre la tierra, que es tan productiva y está sin aprovechar; vea, hasta los indígenas dejaron de sembrar y de cazar porque ya la carne la compran de Buenaventura. Ustedes que están en contacto con el campo, busquemos la forma para que todo vuelva a ser como antes sin tanta industria, aunque sé que no será posible.
Nosotros vivíamos felices aruñando nuestra tierra y recolectando su fruto. Mire Miguel, en esa época sonaba una emisora que se llamaba Sutatenza, nos enseñaba las cosas del campo y nos mandaban unas cartillas, era la emisora de nosotros los campesinos del Chocó, el dueño era un cura Salcedo él nos mandaba folletos, uno solo se presentaba con el auxiliar de zona se inscribía y nos llegaban a Quibdó en un avión que se llamaba catalina que aterrizaba en el rio Atrato.
Este avión llegaba desde Bogotá pasando por Medellín, imagínese tan lejos, de donde nosotros pensábamos había otra luna; cuando en la oración de la mañana decía “cuando al amanecer desaparece la luna”.
En Quibdó, le entregaban a los indígenas los folletos, cartillas y por la trocha llegaban a Nuquí después de tres días, era una época tan buena, se escuchaba desde la oración al amanecer hasta las novelas de la tarde que mujer Dorila escuchaba sin despabilar no se las perdía.
Entonces imagínese, si esa emisora con tanta vuelta nos enseñaba y nos entretenía, ¿será que aquí, con nuestra experiencia, no podemos enseñarle a los más jóvenes el arte de la agricultura? claro que si ¡Carajo!”. Con voz entrecortada don Edgar decide terminar su relato.
Esta es una pequeña parte de la historia de un agricultor que le toco sentarse a contar tan solo recuerdos porque la macroeconomía de los industriales del campo colombiano y ecuatoriano acabaron con la vida productiva de él.
Al día de hoy esta historia es muy fácil de corroborar, el periódico elcampesino.co decidió dar un pequeño recorrido por las calles de Nuquí y efectivamente el pueblo está totalmente desabastecido, no hay un grano de arroz, sal, aceite; en fin, muchos productos que antes se originaban directamente en Nuquí, ahora cuando el puerto está cerrado, sencillamente no existen.
“La mano que siembra necesita de nuestro reconocimiento y apoyo para sentirse digno en su profesión de campesino Colombiano”
Autor: Miguel Ángel Arango, Facilitador EDC, Chocó.
Editor: Katherine Vargas Gaitán, Periodista Editora. @KatheVargasg