La reconciliación tiene su origen en la identificación con Jesús, este proceso se vive en la medida que toda experiencia de Dios se traduce en acción para el prójimo y toda acción a favor del prójimo revela al Padre; es decir, más cerca de Cristo, para estar más cerca de los hermanos.
Para hablar de reconciliación es importante hablar del perdón, el signo más visible del amor del Padre que Jesús ha querido revelar a lo largo de toda su vida. No existe página del Evangelio que pueda ser desligada a este imperativo del amor, que llega hasta perdonar setenta veces siete (Mt 18,22).
Incluso en el último momento de su vida terrena, mientras estaba siendo crucificado, tiene palabras de perdón: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” el perdonar implica comprensión de la debilidad ajena y salvar la proposición del prójimo, reconstruir el vínculo que nos une con el otro, deseo de sobreponerse a la ofensa recibida y de reconciliarse con el pasado.
Hoy más que nunca nace la necesidad de hacer del perdón y misericordia uno de los valores propios de nuestras familias, tenemos como valor fundamental la familia, y la comunidad como imagen de la trinidad, misterio que brota del amor verdadero que podríamos decir que es don y tarea que se concreta en la vida cotidiana y donde se cultivan los valores y virtudes.
En este tiempo estamos invitados a revalorizar los lazos de familia haciendo realidad la comunión fraterna, la acogida, el dialogo, la confianza, la ternura, la amabilidad, la tolerancia y donde se recupere la fuerza de las palabras: permiso, gracias y perdón. Ahora bien, el permiso para entrar en la vida del otro necesita la delicadeza de una actitud no invasiva que renueva la confianza y el respeto.
La gratitud para un creyente está en el corazón mismo de la fe: un cristiano que no sabe agradecer es uno que ha olvidado la lengua de Dios, recordemos la pregunta de Jesús cuando curó a diez leprosos y sólo uno de ellos volvió a agradecer, entonces podríamos describir la gratitud en este contexto como una planta que crece solamente en la tierra de las almas nobles.
Perdón, palabra tan difícil y sin embargo tan necesaria, pues si no somos capaces de disculparnos no seremos capaces de perdonar. En la casa donde no se pide perdón comienza a faltar el aire, las aguas se vuelven estancadas y, por lo tanto, la convivencia se vuelve insoportable.
En la medida en que estemos más cerca de Cristo, estaremos más cerca de los hermanos. De esa manera podemos plasmar una sociedad más humana, más justa, más digna, por eso es necesario revalorizar el amor en la vida familiar, eclesial y social haciéndolo la norma suprema de nuestra acción. Como diría Miqueas 6,8. “Actuar con justicia, amar con ternura y caminar humildemente con tu Dios”
Autor: Hermana Elita Flores , Facilitadora EDC – Cundinamarca.
Editor: Katherine Vargas Gaitán, Periodista Editora. @KatheVargasg