La solución al problema del hambre en Colombia pasa por nuestra propias manos y, muchas veces, no nos damos cuenta de ello.
Por Juan Carlos Pérez Bernal
En medio de la crisis que vivimos por el calentamiento global, en la que cada gota de agua se vuelve más y más importante, no advertimos que todos, en mayor o menor medida, tenemos nuestra cuota de responsabilidad frente a lo que está pasando.
Esta cifra debe ponernos a pensar: una investigación realizada por el estudiante de la Universidad Sergio Arboleda, Jairo Faustino Herrera, indica que cada año derrochamos cerca de 1.400.000 toneladas de frutas y verduras, “lo cual habría podido alimentar a cerca de 10 millones de personas”.
Como vemos, son muy grandes las pérdidas económicas, ambientales y sociales que un país como el nuestro no se debería dar el lujo de asumir.
¿Dónde está la base del problema? En lo que se conoce como “la cadena de valor alimentaria”. Y todos pecamos por acción o por omisión: desde las malas prácticas de siembra y cosecha, pasando por la recolección, el transporte, la venta y el consumo.
Paula Andrea Moreno, directora de planeación y seguimiento de la Asociación de Bancos de Colombia, entrevistada por Herrera, dimensiona así parte de la situación en que nos encontramos: “Nosotros hemos identificado que en el sector agropecuario se presentan grandes impactos que alteran el medio ambiente, como la contaminación del aire. Por ejemplo, hemos visitado productores y campesinos que, por sesta causa, han tenido unas cosechas y unos productos muy diferentes a los que esperaban recibir”.
Y es que no sólo se pierde tal cantidad de bienes básicos sino que, en forma directa, se ocasiona este preocupante impacto ambiental: la emisión de más de 2.700 millones de toneladas de dióxido de carbono, la degradación de suelos y el deterioro de las fuentes de agua.
Como lo advertíamos, el impacto no sólo se presenta por inadecuadas prácticas de siembra y recolección de los alimentos, sino en toda la cadena, incluida le atapa del transporte. “Al momento de trasportar alimentos como lácteos, bebidas y cárnicos que requieren la cadena de frío, se generan lixiviados y, en consecuencia, mucha más contaminación”, puntualiza Moreno.
¿Podemos hacer algo? Por supuesto: si todos contaminamos, también podemos actuar. Un ejemplo nos lo dan los poco conocidos “freegan”, personas con un alto grado de conciencia ambiental y opuesta al consumismo, que se dan a la tarea de sensibilizar a la sociedad y participar de jornadas para recuperar parte de lo que está a punto de perderse.
Son, como lo destaca Herrera, seres humanos que asumen su actividad social como un estilo de vida. “No sólo se trata de una posición en contra del consumo desmedido y del desperdicio de alimentos, sino de muchas otras cosas, en oposición a un sistema que incita a la sociedad a gastar mientas otros no tienen nada”.
Lecciones de vida para reflexionar…Y para cambiar. Si cada uno de nosotros empieza por cuidar en casa lo que nos da la naturaleza, ya estaremos haciendo un gran aporte. ¡La solución sí pasa por nuestras propias manos!