miércoles, diciembre 18, 2024
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Modernidad líquida y religión

La modernidad liquida ha coaccionado y alienado al hombre. Asimismo, afecta la religiosidad de muchos creyentes.

Por Geyber Pérez González 

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La modernidad carece de solidez y estructura, lo mismo ocurre con la religión. Zygmunt Bauman  (sociólogo, filósofo y ensayista polaco de origen judío) investiga cuales son las características de la época contemporánea y de la religión que han permanecido a través del tiempo y los diferentes aspectos que de una u otra manera han cambiado. La modernidad líquida y la religión son figuras del cambio y de la transitoriedad «los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen. Como la desregulación, la flexibilización o la liberalización de los mercados».[1]

Hoy más que nunca la modernidad se ha convertido en un tiempo líquido. La estabilidad social y la solidez de las relaciones sociales pasan a ser volubles y flexibles. El ser humano sufre una aparatosa transformación y una inesperada pérdida, vive en el imperio de la caducidad y la seducción, el sentido de la vida está en los bienes económicos alcanzados. Los vacíos existenciales y la acumulación capital han ampliado el panorama de la deshumanización. Asimismo, la religión es objeto de una amenazante transformación. Efectivamente, las nacientes sectas que suelen denominarse religiosas han deshonrado el nombre de las verdaderas religiones (como la católica y la judía). La pluralidad de credos e impulsados por la nueva era han trastornado la fe de muchos creyentes católicos.

El comercio y la búsqueda de interés personales vulneran la vida personal y colectiva del hombre. Evidentemente, el individualismo asocial hace de la persona un ser solitario y rapaz; mientras que el colectivismo, por el contrario, hace que pierda la identidad. Sin lugar a duda, la modernidad propicia la despersonalización del individuo.

consumismo salvajeParticularmente, el mundo carece de solidez, donde las costumbres y las creencias religiosas no tienen una continuidad, es decir, donde hay un cambio drástico y amenazante. La modernidad se desvincula del progreso y la religión se hace cada vez inconsistente por la preocupación humana solo en la acumulación económica (de hecho el protestantismo nació de este modo en la revolución industrial). La transitoriedad no es evidentemente perjudicial. No obstante, los cambios impetuosos y espontáneos en nuestra manera de relacionarnos o en el modo como creemos en una religión son relativamente dañinos. La modernidad debe entenderse como una nueva forma de entender el mundo humano, sin alienarlo o coaccionarlo.

La modernidad líquida disuelve precipitadamente la particularidad humana en un abismo deshumanizante. La tecnología con fines comerciales y la riqueza en la acumulación de bienes han perjudicado al hombre. La religión frente a la modernidad líquida se ha convertido en algo esporádico y en el peor de los casos, sincretistas, es decir, que una persona abraza a la vez dos o más religiones, sin considerar las contradicciones que existen entre ellas.

[1] Adolfo V. Modernidad liquida y fragilidad humana; de Zigmunt Bauman a Sloterdijk

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