Gama es un municipio ubicado al suroriente de Cundinamarca, a 115 km de Bogotá, enmarcado por parajes idílicos y de ensueño. El que se embarque a visitarlo debe serpentear por carreteras empinadas, llenas de giros y aire freso.

Una vez allí se encontrará con la cordialidad de su gente, con sus mayestáticos paisajes de la falda andina y de la represa del Guavio; además, con las arepas, quizá, más ricas de todo Cundinamarca.

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Este es un pueblo doblemente privilegiado: arropado por las montañas y por la grandeza de su gente. Se dice que fue una República Independiente durante un período de su historia, donde un párroco lasallista creó por primera vez la figura de las Juntas de Acción Comunal en el país.

Es un pueblo bendecido por el aclamado santo estigmatizado Roque Solaque que nació allí, es un pueblo letrado por el Castellano Literario del hermano Benildo Matias. Y es un pueblo prolífico de artesanos de fique, artistas y escultores que no se puede dejar de visitar.

A pesar de las cosas difíciles que ha tenido que pasar su gente, como la toma guerrillera por parte de las Farc en 1998, este pueblo siempre ha sobresalido por su unión y capacidad para seguir construyéndose en la resiliencia. Las arepas, entre muchas otras cosas, han sido esa herramienta que les ha ayudado a edificar memoria y preservar sus tradiciones.

Expandir la venta de arepas a otros municipios, el anhelo de doña Isabel

​A doña Isabel nunca le falta su arepa al desayuno. Lleva aproximadamente 30 años haciendo arepas. Aprendió viendo a su mamá desde muy joven y su mamá de su abuela. Cocinó por muchos años junto a su madre, hasta que por el paso del tiempo ésta no pudo continuar las arduas jornadas.

«El primer paso es cocinar y moler el maíz», dice doña Isabel, quien trabaja normalmente junto a tres señoras más. Todos los días se levanta y prepara lo necesario para la elaboración de las arepas. «El proceso ha cambiado con los años, antes se hacían a leña, en fogones de piedra, y eran mucho más grandes y delgadas”. Antes no había moldes, se amasaban a mano y cada una era simétricamente única.

Cuando no van sus asistentes de cocina, a doña Isabel le colabora su hermano quien también aprendió la labor atávica familiar. Moler maíz, aplicar sal, mantequilla, verter agua, son algunos de los pasos de esta opípara receta.

A su medida, sentada y atenta a cada fogón, con la precisión del tiempo de cocción que su memoria guarda, la madre les ayuda con sus sabios y recelosos consejos. En Gama, alrededor de cuatro familias más hacen arepas con recetas similares, sin embargo, doña Isabel y su familia son los que más producen y venden.

«Más de 400 se venden a la semana», y eso es bueno, sin embargo, lo que anhela Isabel es poder expandir su negocio a otras veredas e incluso a Bogotá. Siempre han esperado el momento de hacer una microempresa y llevar esta delicia gastronómica a otras partes del país. Mientras tanto, cada año participa de las fiestas de la arepa que se hacen en su pueblo, donde con la gran demanda de los visitantes de los pueblos vecinos, se espera que sus arepas lleguen cada vez a paladares más lejanos.

La mayoría de vendedores están seguros que las arepas de Gama pueden llegar a ser el recurso económico principal del pueblo. Por ahora, las arepas de Gama seguirán siendo una tradición generacional que sobrevive en las manos de tantos que, como doña Isabel, amasan la cultura y la memoria.

Por: Cristian Camilo Galicia. Periodista.
Editor: Lina María Serna. Periodista – Editora.

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