lunes, octubre 7, 2024
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La reina del desierto de la Tatacoa

Tatacoa, un desierto mágico en su composición de colores, leyendas y personas.

Por: Paola Andrea Vargas Leal

No se sabe, pero no importa.

Que si fue un periodista de tantos que la visitó o fue el grupo de Caracol Noticias quienes la apodaron por primera vez como Reina del Desierto. No se sabe, pero no importa.

Que si fueron los astrónomos japoneses que llegaron al desierto a ver el eclipse de sol en 1991, quienes la apodaron por primera vez como la Reina del Desierto. No se sabe, pero no importa.

La reina del desierto de la Tatacoa
La reina del desierto de la Tatacoa

Que si fueron “los gringos” (unos de los treinta mil visitantes, entre ellos extranjeros) que fueron al desierto a ver el eclipse de Sol quienes la nombraron por primera vez Reina del Desierto. No se sabe, pero no importa.

Que si fueron hombres “vestidos de costal” (con trajes muy elegantes) quienes fueron buenos con ella y le pidieron permiso para trabajar en su territorio por ser anfitriona y la sabia del lugar, quienes finalmente la nombraron Reina del Desierto. No se sabe, pero no importa.

Y no importa porque -Por ahí hay otra que dice que quiere ser la reina, pero no, yo soy la reina- recuerda Javier Rúa, el astrónomo del Observatorio, escucharle decir a Rosalina Martínez de Cleves.

La historia de Rosalina ha involucrado a muchas personas, desde sus doce hijos, sus setenta y seis nietos y doscientos bisnietos, (según lo identifican algunos medios de comunicación que han intentado hacer el rastreo como el periódico El Mundo), más todos los turistas y astrónomos que la conocieron, han hecho que varios fragmentos de su vida tengan vacíos como el enigma del nombramiento mencionado.

Lo mismo le pasa al Desierto de la Tatacoa, casualmente en el mismo aspecto, el conocimiento de los responsables de bautizar con distintos nombres al lugar. Pues realmente de lo único que se tiene certeza y concuerdan todas las fuentes humanas que habitan el desierto y Villavieja, es que en 1.538 Gonzalo Jiménez de Quesada llegó a conquistar el lugar y al ver el terreno infértil lo nombró El Valle de las Tristezas, tal como lo documenta el Museo Paleontológico de Villavieja, su institución histórica, cultural y educativa.  En cuanto a datos como: quién certifica que los indígenas Pijaos, Totoyoes y Doches, fueron quienes nombraron a toda la región como Yararaca, no se sabe, o qué certifica quiénes fueron responsables de denominar al Valle de las Tristezas como el Desierto de la Tatacoa.

La reina del desierto de la Tatacoa
La reina del desierto de la Tatacoa

Solo se tiene información sobre el término Tatacoa, que era el nombre de una serpiente parecida a la cascabel que se extinguió hace miles de años, pero de la cual se preserva el nombre porque mucha información ha sido transmitida por tradición oral pero ha coincidido en lo mismo.

Tal vez esta sea una de las razones por las que Rosalina desarrolló su creatividad para apodar a sus conocidos. Como lo decía Moisés Martínez de Cleves, nieto, o El Turre, como la reina lo apodó, “ella era una artista para ponerle remoquete a otro”. Con apodos como El Pisco, El Toro, La Lechuza y muchos más, todos sus hijos, esposo y nietos fueron apodados con nombres de animales según alguna característica destacable de los mismos. En el caso de Moisés nieto y bisnieto, se trata de su contextura física, sus cachetes redondos y sonrojados junto a los ojos pequeños y brillantes que se asocian fácilmente con los turrones dulces que Rosalina solía comer.

A 38 kilómetros de Neiva, la capital del Departamento del Huila donde se ubica el Desierto de la Tatacoa y a 10 Kilómetros de Natagaima, pueblo del vecino departamento del Tolima, se conforman los límites de 330 kilómetros de zona árida, catalogada como la segunda zona desértica más extensa de todo el país, después de la península de la Guajira, lo reconocen los guías turísticos de sitios de información turística nacional como Colombia Travel o Colombia.com.

El Desierto de la Tatacoa no es solo una extensión de territorio, se podría decir que ese lugar es lo que cada visitante quiere que sea. Al ser uno de los escenarios visualmente destacados del país por contar con zonas de tierra gris y ocre, más algunas pinceladas del matiz de verdes que dan pequeños pastizales secos y los cactus del lugar, se convirtió actualmente en el escenario perfecto tanto para turistas como para artistas que han encontrado en él una belleza inusual y una mística imposible de desaprovechar.

La reina del desierto de la Tatacoa
La reina del desierto de la Tatacoa

El Desierto de la Tatacoa también es un libro de historia natural abierto para más de un científico e historiador. Gracias a las capas o eras geológicas que se pueden ver y diferenciar en 110 kilómetros dedicados a la investigación paleontológica y geológica, sitios del desierto como Los Laberintos (el terreno rojizo) o los Hoyos (el terreno gris) del desierto,  arqueólogos, geólogos, antropólogos, historiadores, biólogos y toda clase de investigadores son atraídos por la posibilidad de indagar la identidad de fósiles milenarios como el Megaterio (del cual se tiene una réplica a tamaño real en la plaza central de Villavieja), así como el Gliptodonte, el Stirtonia tatacoensis o el Ammonites. Todos habitantes de la tierra hace 340 millones de años y otras eras geológicas más recientes, hoy memorables en el museo Paleontológico de Villavieja.

El cambiante clima y tipo de terreno que se encuentra en este particular desierto, también es motivo de reflexión, no solo porque técnicamente hablando, es un bosque seco tropical, “muy seco tropical”, como lo indica el aviso de bienvenida que se encuentra ubicado en la entrada del Desierto que conecta a Villavieja; sino, porque históricamente hablando era un inmenso y extinto mar que fluyó en la misma época en que habitaron las mencionadas especies prehistóricos y que hoy en día es un terreno cada vez más seco y árido debido al calentamiento global. Martha Eugenia López, escritora del libro Las Estampas del Huila, habla sobre Rosalina y su similitud con el desierto precisamente desde esta perspectiva, “Tenía el desierto marcado en su piel. En la de sus manos y piernas se veían trazados los surcos y el color cobrizo de algunas de esas tierras. En esa sequía, en la que ella misma se fue disecando”.

La lista de razones por las que el desierto continuará renovando su importancia seguirán creciendo, pues desde el 11 de Julio de 1991, fecha en la que un eclipse de sol realizó su última aparición, el Desierto de la Tatacoa fue reconocido mundialmente por ser uno de los lugares privilegiados para hacer observación del espacio celeste, por ende astrónomos de todo el mundo viajaron hasta este desierto con gran cantidad de aparatos de última tecnología del momento para avistar, fotografiar, grabar y escribir en todos los medios posibles los cuatro minutos del fenómeno de luz que perdurarían en la memoria de miles de personas de todo el mundo para siempre. Momento que cambió la vida del Desierto ya que obtuvo reconocimiento internacional y el nombramiento de su primera y única reina.

Cada quien resalta y enaltece el desierto por lo que ha experimentado de él, si es turista recuerda los cambiantes colores de las montañas que brillan de colores según la luz del sol y la luna que pintan el paisaje todos los días y noches; si es biólogo recordará la diversidad de cactus, sus espinas, curvas y frutos rojos producidos a cuatro metros de altura en la punta de las ramas, de igual forma que recordará los caballos, las cabras, las vacas, toros, burros y las pequeñas lagartijas que mueven las matas a toda velocidad ambientando el sonido natural del lugar.

La reina del desierto de la Tatacoa
La reina del desierto de la Tatacoa

Pero si se es astrónomo recordará infinidad de información que esconden en las ochenta y ocho constelaciones que la bóveda celeste del desierto le deja ver la mayoría de sus noches. Y si es Javier Fernando Rúa, el astrónomo oficial del observatorio Astronómico del Desierto de la Tatacoa, -un hombre moreno, de 1.65 metros de alto de contextura media y una cálida y cadenciosa voz, muy agradable de escuchar, como la de todo un maestro-, recordará la personalidad de Rosalina y la entenderá como al desierto mismo.

“Ella tenía un carácter tenaz, muy duro de entrada y con los nietos más”, decía Javier, sin embargo, fue el mismo quién entendió que esta solo era la primera impresión, pues en el desierto, el clima en las noches se siente como la brisa del mar, aunque este no esté propiamente ahí, su viento no es fuerte ni gélido, tan solo templa la temperatura a un punto en que el viento mese las plantas como si bailaran en una fiesta y su bola disco no fuera otra cosa que la luna misma.

Así era ella, “una persona muy noble, hablaba desde la experiencia y deducía cosas muy acertadas -decía Javier- para muchos ella era muy jodida, pero conmigo nunca lo fue”. Él recuerda claramente que ella dormía en un cuarto sin ventanas, en el que al apagar su vela todo  quedaba en un negro total, “tanto así que es de las oscuridades más profundas que yo he visto”, dice el astrónomo.

Y claro, si se es hijo o nieto de Rosalina, indiscutiblemente  recordará su carácter, pues tanto nietos como bisnietos les gustaba hacerle bromas: “Cuando la encontraba de malgenio era mejor alejarse, porque a ella no le importaba coger un perrero y meterle un juetazo a uno – dice Moisés, el bisnieto- a mí me cogió cuando la arremedé porque ella siempre decía ‘primenton’ en vez de pimentón, entonces yo le decía, ¿Qué qué abuela, que le traiga el primentón?, y ella decía, ¡hay este guevón se me está burlando!”.

La reina del desierto de la Tatacoa
La reina del desierto de la Tatacoa

A Rosalina se puede describir de muchas maneras, como dice Martha López, “una señora observadora, atenta, de carácter fuerte, sonrisa fácil, mirada profunda y precisa en su hablar”, como dice Moisés el nieto “una mujer con temple de macho, toda una verraca, de esas personas secas pero con un corazoncito lindo”, como dice Abel Martínez de Cleves, el hijo mayor: “ Ella y las hermanas fueron amachadas, criadas en el trabajo de hombres, ella no le veía problema a nada, ensillaba su burro, cortaba su leña y la cargaba. Eso sí, todos le ayudábamos porque o si no ella nos decía flojos, acá había que trabajar.” o como dice Javier Rúa, “ella era una mujer sin pelos en la lengua, fuerte, independiente y muy educada a pesar de no haber estudiado”.

Rosalina se puede describir como una mujer que no era vanidosa pero sí guardaba su feminidad, Marisa Martínez la nieta preferida de Rosalina, una mujer de cachetes sonrojados y pronunciados, cabello rosado y sonrisa radiante y Abel, recuerdan las batas blancas o de colores fuertes que siempre usaba y contrastaban con la piel ocre como el desierto que ella lucía, el vestido morado de flores que se ponía para las entrevistas que le hacían y lo que Javier también recuerda, eran las espinas de los cactus que partía por la mitad y se acomodaba en las perforaciones de las orejas para que no se le cerraran.

Con o sin regaños todos la respetaban, si alguien se ponía bravo la rabia se pasaba trabajando, -decía Abel- porque eso les enseñó ella, a trabajar la tierra, a entender la naturaleza para cultivarla, a no desperdiciar el agua de su poceta y a respetar a los mayores como a sus misas radiales trasmitidas de siete a nueve de la mañana en la emisora HJ doble K, pues quien las interrumpiera lo pagaría muy caro. Pero eso sí, todo bajo los valores del respeto, la prudencia, la amplitud y la generosidad que la caracterizaban.

Uno de los objetos preciados de Rosalina era su baúl, cuenta Martha López, “allí guardaba siempre con celo el mercado, una olla vieja, tiznada y achicharrada en la que había un pitico de carne de chivo, secada al humo. Solo permitía que Marisa o Elvira lo abrieran para sacar algo, pero al afianzar con ella mi amistad, me permitió guardar en el baúl lo que le llevaba. Por lo general estaba semi–vacío o con chocolate, café, arroz, sal y panela que era lo que procuraba nunca le faltara”, pues precisa Martha que como buena mujer colombiana que era Rosalina, siempre esperaba tener unida a su familia a través del alimento y reclamando que la visitaran, aspecto que también recuerda Javier Rúa.

La reina del desierto de la Tatacoa
La reina del desierto de la Tatacoa

Tanto Abel como Javier, Moisés el bisnieto y Marisa, recuerdan claramente el famoso tinto con panela que ella hacía a las cuatro de la mañana cuando se despertaba, luego de sobremesa del almuerzo y como presente a sus visitas, incluidos los turistas frecuentemente. Abel particularmente aprendió que al turista “únicamente no le regalamos plata porque no hay, pero uno comparte. Es como si fuéramos amigos, así uno no conozca a la persona porque así todos se van contentos”.

Martha Lopez dice que alguna vez le preguntó a Rosalina si extrañaba a su esposo y ella le respondió: “Desde que él murió comencé a vivir mejor, dejé de sufrir y pude construir esta casa”.

Marisa, dice que sueña con su abuela cada vez que se va a presentar un conflicto entre los hermanos por la casa, pues desde que Sebastián, uno de los hijos comenzó a comprarles a todos las partes de la casa, los ruidos extraños volvieron, posiblemente porque quiere volverla un hostal más para los turistas y ella no está de acuerdo.

Abel recuerda que el lugar favorito de todo el desierto para Rosalina era su casa, por eso quiere que la gente conozca cómo vivía ella, cómo eran sus cosas, aunque desde que murió cada uno de los hijos ha cogido algo de las pertenencias que ella tenía, la silla mecedora de hierro acolchada con mangueras de plástico que tenía, la piedra donde lavaba la ropa y el baúl. Ahora solo han dejado el mesón de cemento rodeado de guadua donde hay dos tinajas, la cama de hierro y un catre de palo forrado en lona color blanco mugre que se nombran en el libro de Las Estampas del Huila de Martha López, pero que los turistas no pueden ver, sino está Sebastián para que les abra. De la máquina de moler no se sabe nada, afirma Marisa, quien aún es la más interesada en hacer algo parecido a un museo para honrar a su abuela.

Martha López dice que “en vida, en más de una ocasión doña Rosa dijo que si era verdad que una persona después de muerta aparecía y espantaba, ella lo haría, que le jalaría las patas a Camilo – otro hijo- y lo sacaría corriendo porque desde que él puso casa y negocio, tapó la de ella y ya los turistas no vienen a visitarla y a comprarle gaseosa”. Moisés el nieto dice que a veces la escucha en la cocina mover su tinaja pero no le da miedo.

Eso sí, todos recuerdan la vez que una sacerdotisa de la India se quedó en la casa para recolectar unas muestras de plantas para una investigación que ella estaba haciendo y de paso hizo una limpieza energética del lugar con unos cuencos tibetanos para que los ruidos no causaran miedo, sin embargo Moisés el nieto afirma que también la sacerdotisa le dijo que ella seguiría ahí viviendo con ellos.

Y entonces, Javier Rúa recordó: “Ese día era un lunes de Semana Santa, yo siempre le llevaba cositas a Rosita, y como empiezo la charla a las 6:45 de la tarde, desde las 5:30  comienzo a sacar telescopios. Entonces esa vez fui a las 4 de la tarde a visitarla. Ahí estaba don Abel, afuera de la casa acampaba un grupo de la universidad de los Andes. Yo entré, saludé a Abel quien me indicó que ella estaba despierta, cuando yo entré la vi mal. Yo no sé si es que ellos no se habían dado cuenta, pero ella casi ni me reconoció.  Yo le dije “Rosita soy Javier”. Ese día le llevé cuatro Gatorade de varios sabores como le gustaba. Entonces salí y le dije a Abel -ella está como mal-, le pregunté cuándo la habían llevado al médico y me dijo que ayer la habían traído del hospital de Villavieja, aun así me fui pensativo para el observatorio porque la había visto muy mal, cuando llegué a dar la clase llegaron corriendo a avisarme, había acabado de morir. Entonces ese día hice mi charla en memoria de Rosita.

– Mucho gusto, Luis Carlos (Nieto de Rosalina)

– Quiero saber algunas cosas de Rosalina, estoy escribiendo una crónica sobre ella

– Tuvo que haber venido con más tiempo, va a ser muy difícil resumirle en una rato cien años de historia

– Entonces solo cuénteme qué piensa de lo que Sebastián quiere hacer con la casa de Rosalina

– Pues es muy grave, quiere olvidar cien años de historia del Desierto de la Tatacoa

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