Carta del campo: Historias de reconciliación familiar y territorial

Justino Marín Prieto, es un excombatiente que comparte su historia como una forma de aportar a la construcción de paz en el Caquetá. Reconoce el poder de la memoria para sanar las heridas causadas en el conflicto, y junto a su familia ahora emprende el camino de reincorporación.

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Foto por: Diana Marcela Marín

Soy Justino Marín Prieto, nacido en Chaparral, Tolima el 16 de septiembre de 1958. Hijo de don Justino Marín y de Petronila Prieto, cuando mi padre murió ella estaba embarazada y nosotros aún muy pequeños, por lo que  no entendimos mucho de lo que pasaba.

Al ver a mi madre trabajar incansablemente en el estado en que se encontraba, me llevó a pedirle que me dejara trabajar en las labores de la finca para alivianar un poco sus quehaceres. Me dio permiso de trabajar recogiendo café en la finca de sus compadres. Me tocaba muy duro, pero los trabajadores eran buena gente conmigo, tanto así que echaban de lo que ellos cogían a mi costal.

Luego de un tiempo conocí personas de las FARC-EP y decidí irme con ellos. En aquel lugar fui muy bendecido ya que rápido pude entrar a ser parte de la seguridad del camarada Manuel Marulanda Vélez, así pasaron los años y por fin volví a ver a mi madre, pero la tristeza abarcó mi corazón porque la habían desplazado ya que mi hermano era policía.

Ella vivía en un pequeño pueblo llamado Puerto Rico, Caquetá junto a mi abuelita y mis hermanas, ahí estuve una noche y conocí una mujer hermosa y bondadosa que no se fijó en mí. Un tiempo después volví y ella ya no estaba, su padre me contó que se había ido para la guerrilla.

Fue algo muy difícil de asimilar porque no sabía a qué frente había ingresado, pero para mi sorpresa cuando llegué al campamento ella estaba allí, me dedique a conquistarla y después de 5 años planeamos volarnos porque nos iban a separar. Luego mi esposa dio a luz a mi primer hijo, Anselmo.

La guerrilla llegó a buscarnos por habernos ido y yo hable con ellos, pero nos respondieron que si nos quedábamos que nos fuéramos del departamento y entonces fue cuando nos mudamos al  Caquetá. Allí tuvimos tres hijos más, Dina Marcela, Jaruin Antonio y Shirley.

Allí me vuelvo a encontrar con la guerrilla y me pidieron que trabajara con ellos, pero mi esposa me dijo que no lo hiciera porque ya teníamos 4 hijos, y dije que no. Eramos muy felices con nuestros hijos, pero no teníamos mucho de qué vivir, me tocaba al sol y al agua pero aprendí a amar el campo y eso le enseñe a mis hijos.

Me desplazaron los paramilitares en el año 2,000 y llegué a vivir a las orillas del río Orteguaza, pero ahí  perdí una de mis hijas quien cogió las montañas, quizás fue la pérdida más dura para mi. Luego cayó en prisión pero prefería verla allá y saber que estaba viva. 

Gracias al  Acuerdo de Paz mi hija fue puesta en libertad y ahora nos acompaña y vela por nosotros, a mis 67 años de edad aún me gusta trabajar en una pequeña granja que ella nos compró, mi hija para mi es una gran bendición ya que se hace cargo de nosotros con mi esposa y sin importar las amenazas por su pasado ella sigue ayudando al prójimo.

 

Por: Diana Marcela Marín. Facilitadora educativa del proyecto MIA.

Editor: Karina Porras Niño. Periodista – Editora.

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