Cada paso de un año a otro sirve para que hagamos un alto en el camino y miremos lo que se hizo o se dejó de hacer en el año que termina y pensemos en lo que deseamos y queremos lograr en el año siguiente. Es un momento importante de reflexión, de examen y de análisis de nuestras labores.

El paso del tiempo es incontenible y, aunque nuestra presencia en esta dimensión es apenas una ínfima porción de la historia humana, nuestra percepción de las cosas y las personas está ligada al ciclo vital de nacer, crecer, desarrollarse, multiplicarse, envejecer y desaparecer. A que el tiempo pasa, ya se fue y ya se acabó.

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Por eso es tan importante mostrar que nuestra vida tiene sentido y que las acciones que emprendemos, si bien están ligadas a lo que pasa, también lo están a lo que perdura. Hacer el bien, bien hecho, es muy importante para nosotros y para las personas y las cosas con las que tenemos contacto y que pasan y se van.

Aprovechar el tiempo que tenemos quiere decir hacer el bien, bien hecho, a quienes nos rodean. Hacerlos sonreír, confiados en nuestra buena voluntad y en todo nuestro esfuerzo para que tengan una vida digna, les permite mirar con esperanza su presente y su futuro.

Pero también es importante hacer el bien, bien hecho, cuando lo que hacemos está ligado a las realidades que superan el límite del espacio y del tiempo y que, para muchos, como yo, tiene que ver con los valores y realidades trascendentes, fundamentales, imperecederas y que alcanzan la dimensión de lo inconmensurable y de lo eterno.

A la luz de esta primera idea, la pregunta fundamental sobre el año que termina es: ¿Hice el bien a quienes me rodean? ¿Lo hice bien hecho? Es decir, ¿hice todo lo posible para que, evidentemente, beneficiara a los demás? ¿Qué me quedó pendiente por hacer? ¿A quiénes no les hice el bien que debí hacer? ¿Tengo asuntos pendientes que no quise o no supe conseguir?

¿Llevo en mi corazón resentimientos o resquemores contra alguien o contra alguna situación que me impide ser feliz y sonreír con tranquilidad? ¿Cómo me voy a liberar de eso que me carcome el alma? ¿He puesto todos mis talentos en acción para obtener lo que me propuse?

Por otra parte, con la llegada del nuevo año, más allá de las fiestas y celebraciones, de los buenos deseos, ¿cuáles son los propósitos y planes concretos que voy a desarrollar y lograr en el año que llega? ¿Son concretos, es decir, van más allá del deseo y la promesa vana y están respaldados por una firme decisión de lograrlos, cueste lo que cueste, de modo que, además de conseguirlos, generen cosas buenas en quienes nos rodean y dan sentido a nuestra vida?

Es digno y valioso luchar para que quienes dependen de nosotros tengan un hogar, estudio, alimento, vida digna y feliz. Eso da sentido a la vida y nos llena de satisfacciones. ¿Cómo voy a lograrlo? Si el año que llega fuera mi último año de vida, ¿Qué es lo que debo hacer y lograr para dar pleno sentido a mi vida y felicidad a mi corazón? ¿Cuál es el sentido y la razón de ser de mi vida? ¿Vale la pena?

Es mi deseo sincero que el nuevo año nos encuentre en acción, trabajando por lograr hacer EL BIEN, con mayúsculas, buscando que quienes nos rodean, logren una vida concorde con la dignidad de seres humanos a la que todos tenemos derecho. Hacer el bien es una tarea fundamental, definitiva y valiosa, de modo que quienes nos miren, se sientan contentos por habernos conocido, porque somos buena gente, de esa que todavía se consigue, con seguridad, entre quienes han puesto su mirada más allá del horizonte, mirando lo perenne, lo definitivo y lo eterno.

Feliz año que ya llega. Adiós, año que termina.

Por: Bernardo Nieto Sotomayor. Equipo Editorial Periódico El Campesino.

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