El proceso de canonización, todo un milagro

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Milagro es concluir un proceso de canonización después de años de esfuerzo e investigación.

 

Canonización Madre Laura

 

Por Andrés Felipe Lasso

 

Varias veces en el año el Papa nos sorprende con la canonización de hombres y mujeres quienes durante la vida terrena elevaron a un máximo de testimonio las virtudes cristianas y fueron fermento del Evangelio en su momento e incluso después de su muerte. Son miles los santos declarados por la Iglesia, pero poco se sabe de este largo y complejo proceso, el cual, debido a su rigurosidad, el solo hecho que prospere es en verdad todo un milagro.

En pocas palabras, con la canonización de un santo la Iglesia autoriza a la catolicidad la veneración de una vida. La declaración de un santo es una competencia exclusiva del Papa, aunque, desde luego, cuenta con todo un equipo (Congregación para las Causa de los Santos) que dedica su vida a ello.

La beatificación

Antes de ser santo hay que ser beato.  El proceso de beatificación, primer escala antes de llegar a santo, puede darse por virtudes heroicas vividas por el candidato o por martirio a causa de la fe. Este proceso solo puede ser abierto después de cinco años de la muerte del fiel cristiano, y mientras transcurre este tiempo, está prohibido hacer veneración alguna; más bien es un espacio oportuno para recoger pruebas que denoten la santidad, como testimonios, elaboración de biografías, fotos, cartas y escritos

Dos preguntas resumen el sentido del proceso de beatificación, el cual es previo a la canonización:

  1. ¿Vivió este hijo de Dios las virtudes cristianas en un grado heroico?
  2. ¿Sufrió esta persona martirio en su muerte por causa de la fe?

El proceso cuenta con un responsable, el cual se encarga de impulsar la causa hasta su culminación; por lo general es una persona jurídica, como una comunidad religiosa, diócesis, u otra entidad pues debido a la complejidad extensión del mismo, es casi imposible que una sola persona lo lleve. Existen, además dos figuras clave en el proceso, el postulador y el  vicepostuladores quienes le dan movimiento y celeridad al proceso.

Hay que tener claro que quien puede abrir el proceso es el obispo en donde murió el fiel. Esto sucede después de recibir la biografía, la petición de apertura, de culto privado y de atribuciones de favores recibidos por la intercesión de este. Después de introducida esta causa, al candidato a santo se le puede llamar Siervo de Dios.

Si se abre el proceso, el obispo constituye un tribunal para verificar todo el material recolectado por el responsable y el postulador; además, existe una contraparte, un juez, cuya función es servir de «abogado del diablo», es decir, como el malo de la película, ya que su función es buscar, encontrar y denunciar todas las acciones en la vida del fiel aspirante a santo, que contradigan todo aquello que tiene que ver con una vida auténticamente cristiana en dimensión heroica.

Si después de una exigente verificación el tribunal considera que la vida del fiel es digna de estudiar y considerar su declaración de santa, la envía a Roma (Congregación para las Causas de los Santos), donde se nombra un Relator, el cual prepara una ponencia ante una comisión de teólogos sobre las virtudes heroicas o martirio del susodicho. Después de tener el aval de esta comisión que da fe de ninguna contrariedad de la doctrina católica, se traslada a cardenales y obispos miembros de la Congregación para las Causas de los Santos y si su concepto es favorable, es decisión del Papa, hacer el decreto de declararlo Venerable, que quiere decir que vivió su vida y las virtudes cristianas de forma heroica.

El milagro

Para que el que es declarado Venerable, sea posteriormente declarado Beato, es necesario la comprobación de un milagro, es decir, un hecho inexplicable por causas naturales, atribuido a la intercesión de un Siervo de Dios. Necesariamente el milagro debe ser físico, no moral, el cual es acreditado como tal tras ser estudiado por científicos, teólogos, cardenales y obispos. Finalmente el Papa, como en todas las instancias, tiene la responsabilidad, si lo ve pertinente, de emitir un decreto de aprobación y beatificación, el cual se llevará a cabo por acuerdo entre los cardenales en un consejo de cardenales, denominado Consistorio.

Y, finalmente, la canonización….

La canonización es caracterizada sobre todo por evidenciarse la intervención divina, por lo cual, debe comprobarse la existencia y veracidad de otro milagro, el cual es sometido al mismo proceso que el milagro para la beatificación.

Hay procesos que han durado siglos hasta llegar a la canonización; también se dan excepciones, cuando el proceso se acelera y simplifica, y hay casos -muchos- que no han prosperado. No obstante, muchos hombres y mujeres han pasado por el mundo haciendo el bien y llevando a Cristo a muchos corazones como auténticos héroes de la fe, sin haber sido incluidos en un proceso de canonización.

El fin de todo cristiano es la santidad. Canonizado o no, un cristiano se reconoce porque ha renunciado a sí mismo, a la indiferencia, al egoísmo; esto es seguramente el primer gran milagro que nos corresponde a todos para hacer de este un mundo mejor.

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